Susy Estévez
Mataderos
–bautizado en sus orígenes como Nueva Chicago por haberse emplazado allí, al
igual que en la ciudad de EEUU, la industria cárnica– es, quizás junto a La
Boca, el barrio con más personalidad e
historia de la Ciudad de Buenos Aires. Conserva
su característica de casas bajas, veredas anchas y arboladas, vecinos con la
silla en la puerta charlando y tomando mate. Barrio de gente sencilla y
solidaria. De lunes a viernes, los obreros de la carne, con sus uniformes, lo
visten de blanco. Como un destino manifiesto, se desarrolla allí la Feria de
las artesanías y tradiciones populares argentinas,
que todos conocemos como la Feria de Mataderos. El escenario principal, bautizado Antonio
Tormo, está emplazado en Lisandro de la Torre y Avenida de los Corrales. Por
allí pasan tanto las grandes figuras de nuestro folclore, como ignotos
artistas. En sus dos cuadras de puestos de artesanos, de productos
tradicionales y de comidas típicas, desfilan cada semana, miles de personas. Al
mediodía, bajo la recova, no queda lugar disponible en las mesas de madera o chapa dispuestas por los diversos locales de comida,
que sin especular con la alta demanda, ofrecen precios populares.
A
pesar de su carácter único en esta
ciudad, que por ello y por su excelente calidad, podría haberse desvirtuado a
lo largo del tiempo y transformarse en una caricatura de sí mismo, ha logrado mantener su espíritu
auténtico. Los que concurren, bailan, comen locro, tamales y empanadas, son
vecinos del barrio y de los alrededores del conurbano, dispuestos a disfrutar
de la fiesta popular que todos los domingos, desde hace 27 años, organiza la licenciada
Sara Vinocur, quien proyectó y logró concretar esta feria en 1986. El turismo
internacional, tan ávido de lo típico, no ha llegado masivamente. Es un milagro
no toparse con carteles en inglés.
Una
de las principales atracciones de la feria, que se ha mantenido inalterable desde sus
orígenes, es la corrida de la sortija, cuya historia se remonta al Medioevo, cuando
la nobleza cristiana española la
aprendió de los árabes. En el Río de la Plata, la sortija se hizo plebeya,
patrimonio del hombre de campo. En una cuadra de Lisandro de la Torre, detrás
de los puestos, se empiezan a organizar los hombres de a caballo. Cubren de
arena una franja de la calle, instalan el arco con la sortija colgante, el micrófono
y los altoparlantes que anunciarán el turno a los jinetes y los resultados de sus
corridas.
En una de las veredas se agrupan los gauchos con sus
caballos, la familia que despliega mesas y sillas, donde empieza la ronda de
mate y charla. En la otra el público que se va renovando en las dos horas que
dura la carrera.
¿Quiénes son los gauchos que
participan? Sara Vinocur, que los define como “ paisanos locos del asfalto ”, dice
que pertenecen a diferentes centros tradicionalistas del conurbano. Que son o
fueron trabajadores del Mercado Nacional de Hacienda, que todavía funciona en
el mismo predio en que se desarrolla la feria. Cada domingo, la corrida es
organizada por alguna de las agrupaciones gauchas que se hacen responsables de
la convocatoria y la seguridad: El Sortijero de La Matanza, la Juan Moreira, El
Balcón, El Resero, entre otras. La feria les da dinero para los gastos y los
premios. También paga el seguro de los jinetes. Vienen de diferentes zonas del
gran Buenos Aires: Villa Madero, Quilmes, La Tablada, Tapiales, Ciudad Evita,
Monte Grande.
Empieza la corrida. Son cincuenta
metros que deben galopar. La estampida del caballo es impactante. En la primera
movida de sus patas, arranca a una velocidad que supera al más potente
automóvil. En un momento, el jinete se para sobre los estribos y con un puntero
primero apretado con los dientes y luego entre los dedos, cuyo diseño y modelo elige
cada uno, trata de ensartarlo en la
sortija que mide apenas dos centímetros de diámetro. Si la ensarta, cosa que a
los de a pie nos parece un milagro, la debe sostener, pues si la sortija se le
cae, el milagro no habrá valido de nada. Para frenar necesita un buen trecho.
El público festeja con gritos y aplausos los aciertos.
La carrera se desarrolla en ocho
vueltas. La de este domingo no es de las más concurridas. Sólo corren nueve
caballos: suelen participar hasta veinte.
Hoy organiza El Sortijero de La Matanza. Héctor Ríos, su presidente, está vestido
como la mayoría, de rigurosa bombacha, botas y rastra.Él está a cargo de la
locución y la planilla donde anota los resultados. Mientras va llamando a los
que les toca correr y pide a los imprudentes del publico que no invadan la zona
de galopada –¡ A ver Rubia si te corrés!, ¡Ese hombre con el chiquito, cuidado!
–, cuenta que trabajó durante 30 años en el Mercado. Que cada corredor pone $
50 y agregado a las “monedas” (sic) que les da la feria, se reparte como premio
entre cuatro o cinco ganadores.
–Que se prepare el Pelado –reclama Héctor. Se refiere a Sergio, el más
jovencito de los participantes. Sergio tiene 16 años. Me cuenta que corre desde
los 7 en pagos del Uruguay, que de ahí son sus padres. Viene en representación
del Centro Tradicionalista de La Tablada. De bombacha, boina y alpargatas, sale
a la carrera rebenqueando a su tostado.
–¡¡¡Y ahora vos Bombero!!! –grita Héctor.
Así llaman al hombre canoso que monta el tordillo, pues se desempeñó durante
años en la Policía Federal.
Conversamos con Horacio Torres, del
Centro Tradicionalista La Posta de Tapiales. Corrió desde los 9 años. Cuenta
que se corría dentro del Mercado en las fechas patrias..Y a los 13 empezó a
trabajar allí, donde estuvo 32 años. Ahora tiene un sulky con el que participa
de los desfiles que se organizan los días de homenaje a la patria.
Quien está al lado del arco y también a
caballo es el sortijero. Lo llaman Tordo. Se ocupa de verificar si la sortija,
que se ensarta en una tira de cuero enganchada al arco, está bien colocada,
acomodándola o sustituyéndola en cada pasada. Como todos, viste bombacha y botas.
Se cubre la cabeza, de pelo renegrido, largo y ensortijado, con una boina. La
camisa celeste tiene estampadas en la pechera y en la espalda las imágenes en
rojo del Gauchito Gil. Un chico de unos diez años recoge las sortijas que se
caen y las que los jinetes que la ensartaron le alcanzan. Es el encargado de proveerlas
al sortijero.
El clima es de concentración y dedicación a la tarea. Tanto para los que
corren, como para los que se ocupan de las sortijas, parece no existir el
público. Aun los que ensartan la sortija pasan lejos de donde se agolpan los
espectadores, sin gestos triunfalistas, entregan la sortija al encargado y
siguen su camino. El ambiente es de camaradería. Aquí no se manifiestan ni se
alientan las rivalidades.
Es común que corran el padre y el hijo.
En esta corrida están Jorge Gago, que vuelve a correr luego de 20 años, con su hijo Héctor. Oscar Pensa participa
con su hijo Roberto que corre galopando en un tobiano colorado y sus nietos.
Ellos por ahora no corren, pero ya montan. Oscar es el más veterano de los
paisanos. Viene de Ciudad Madero, donde mantiene en su casa el Centro
Tradicionalista Juan Moreira .Con sus setenta y tantos, va deshilvanando sus
recuerdos. Corre desde hace 56 años. Dice
que antes se corría los días de fiesta, por la Avenida de los Corrales, que entonces se llamaba Chicago y los premios
los daban los comerciantes de la zona. Le toca el turno. Jinete experimentado,
rebenquea a su caballo blanco “Palomo” y arranca de costado a toda velocidad.
Uno de los jinetes, en un gesto de
caballero, le regala a esta cronista la sortija conseguida.
Luego de la cuarta corrida, se hace
una pausa, donde algunos de los paisanos “florean la tarde”, a decir de Hector
Ríos. Ariel Figueredo en sus versos, homenajea a los paisanos sortijeros y
también Oscar, el veterano jinete, dice un verso campero, que habla de ranchos
abandonados por mujeres traicioneras. Al finalizar la octava vuelta, se cuentan
los aciertos conseguidos. Sobre un total de 72 corridas, sólo consiguieron
llevarse la sortija 15 veces. Los aciertos se distribuyeron entre cuatro jinetes de los nueve que participaron.
Invitando especialmente al próximo domingo que es 10 de noviembre, dia de la Tradición y que constituye la más importante fiesta gaucha,
concluye una demostración más de esta tradicional destreza criolla.
Susy
Estévez
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