jueves, 31 de octubre de 2013

Tráfico de promesas


El fútbol , casi  una religión planetaria, congrega a  centenas de millones de aficionados, los que constituyen la base, sabiéndolo o no, del impresionante negocio en que se ha transformado este maravilloso deporte.Atrás de cada grito de gol, de las  puteadas a los jugadores y/o a los árbitros, se mueven los intereses de los que lucran con esta pasión. El periodista chileno Juan Pablo Meneses encara, en ese contexto, la problemática de los niños futbolistas, uno de los negocios del fútbol internacional con la mejor tasa de retorno.
Su periplo para encontrar un niño-futuro crack lo lleva a los principales países-semillero de futbolistas. Perú, Chile, Ecuador, México, Argentina  y Brasil son las paradas obligatorias en esta búsqueda de un producto para Europa. Salvo excepciones, el escenario donde los encuentra son los barrios más pobres y peligrosos . Porque allí residen los pibes, chavales, chavos, crianças y sus familias, que sueñan con salir de pobres con el éxito del niño, quienes se desvelan imaginando que lucirá la camiseta del Barcelona, Real Madrid el Inter o el Juventus. El Barcelona está en la mayoría de las bocas de los miles de chicos que se agotan en interminables entrenamientos  y partidos en las calles de tierra de villas miseria, cantegriles, favelas o callampas. Mientras corren atrás de la pelota en busca del arco contrario, sueñan con hacer realidad la fantasía de los brazos abiertos en el medio del Camp Nou con la multitud vitoreando su nombre y el regreso triunfal al pueblo natal, con los euros suficientes para comprarle la casa a la madre y llenarle la heladera a toda la familia.
Varios son los  protagonistas de este entramado.  Meneses reportea a los niños–promesa; observa a las abuelas y madres que cada día los acompañan a los duros entrenamientos. Devela la miseria y los peligros que rodean a las familias en esos barrios donde campean la droga y la delincuencia.Descubre a los padres que acompañan, pero también presionan y chantajean a sus propios hijos para que cumplan con el sueño que les ha sido asignado: ser la salvación de la familia. Visita las academias de formación y los clubes. Muestra la inocencia y/o el interés genuino de algunos padres y dirigentes en el desarrollo de sus protegidos, asi como las presiones que ejercen los  ”cazatalentos”  que están en el negocio, para que les cedan los derechos de transferencia que permitirán manejar la vida de los que  vislumbran como promesas.
Alguno de esos promotores le aconseja a Meneses que no se encariñe con el niño que elija para comprar. Que apenas lo mande a Europa a probarse al club que lo haya aceptado y cobre su comisión, se olvide de él. Que se olvide, pues muchos de los niños que fichan los clubes, viajan solos y cuando no responden  terminan abandonados en Europa, conchabados en trabajos basura o delinquiendo para sobrevivir. Toda esta maniobra sobre un pequeño, sumado a que hasta su pasaporte queda en manos de un representante,  perfectamente podría configurarse como un delito de trata de personas y tráfico de menores.
El autor entrevista a Guillermo Cóppola, el ex -”representante de Dios”  como se autodenomina, para que lo aconseje sobre las características que debe observar en un futuro crack. Tiene que ser encarador en general y particularmente con las mujeres, puntualiza Còppola, antes de describir todo el panorama glamoroso del jet set futbolístico que pudo recorrer gracias a Diego Maradona.
Ese es el otro mundo anhelado por los niños futbolistas: tener a las modelos que ven en las revistas alrededor de ellos. Ser como los ídolos que aparecen fotografiados en las mejores playas del mundo, abrazados a esas minas inalcanzables. Llevarlas en el descapotable último modelo y entrar con ellas a la mansión que se hicieron construir en los barrios más caros de sus ciudades natales. Meneses nos pasea por Medellín, donde Pablo Escobar Gaviria “el rey de la cocaína”, fanático del fútbol,  logró en1989 que un equipo de Colombia, el Atlético Nacional patrocinado por él, ganara  la copa Libertadores de América. El propio Escobar se encargó de llevar el trofeo. Otras cosas le agradecen los pobres de Medellín. Haber construido barrios enteros para los sin techo, así como haber poblado de  canchas iluminadas la ciudad.
Uno de los capítulos del libo está dedicado a Rosario, el  de Fontanarrosa, el del bar El Cairo, con el fanatismo futbolero que despiertan los canallas de Rosario Central  o los leprosos rojinegros del Loco Bielsa. Aquí le ofrecen a dos chicos tobas de un barrio pobre de la ciudad. En esta descorazonadora realidad, aparece una excepción. En Jesús María, provincia de Córdoba, está el Club Social Atlético y Deportivo Che Guevara, donde las familias organizan cada fin de semana una comida comunitaria, mientras sus hijos juegan al fútbol. Cuando Meneses le plantea su interés por algún niño a la  presidenta del club, Mónica Nielsen, ella le aclara que el objetivo de desarrollar la actividad es que de su seno salga el Hombre Nuevo, es decir, los líderes para el cambio social, no promover luminarias. No están dispuestos a sacrificar un solo niño estrella, para mantener a doscientos. Y pelean entre todos para que el Intendente les ceda un espacio para construir su propia cancha.
Meneses recuenta los intentos formales de la Fifa, la Conmebol, el Brasil de Lula para regular el tráfico de niños futbolistas, demostrando con datos concretos, la inutilidad de las reglamentaciones acordadas. Ya en 1999 el partido Verde de Italia denunciaba que el 57% de los niños que llegaban a jugar futbol tenían menos de doce años. Pero el negocio que implica acomprar un niño por doscientos dólares y transferirlo por cifras cercanas al millón, es más fuerte que la ley.
Los concursos patrocinadas por los grandes clubes y las firmas de ropa deportiva, con jurados de famosos futbolistas, donde  miles de niños, en solitario o en equipos, compiten para llegar a una prueba en un club europeo con todo pago, son en realidad, una gran operación de rastrillaje para cooptar a los mejores. La formación y selección de estos chicos es uno de los principales objetivos  de los clubes europeos, como el FC Barcelona, que formó una sociedad con Boca Juniors para entrenarlos y llevarse a los elegidos. Así como sucede en la economía mundial, el negocio del fútbol y en particular el de los niños futbolistas se concentra  cada vez más, mientras en el mundo la mayoría de los niños siguen siendo pobres y también siguen siendo  pobres la inmensa mayoría de los niños futbolistas.

Susy Estévez


Cómplice del tiempo


Enrique Raab no nació en Argentina, pero lo desaparecieron acá. Le robaron el tiempo.  Todo el que tenía por delante: tachado. A él, que trabajaba con el tiempo. Que lo hacía suyo y de otros. Que lo narraba.
Escribo este artículo el día dónde  se “festejan” treinta años de democracia. Releo las Crónicas Ejemplares de Raab a exactamente  tres décadas del final del horror que le dio muerte. No es posible evadir cierta perplejidad al encontrar en sus crónicas una fotografía de la sociedad antes del horror. Así lo entendió también Ana Basualdo al subtitular el libro que compila: Diez años de periodismo antes del horror. El tiempo y sus números insistentes rodean la lectura: diez años antes, treinta años después.
¿A dónde nos conducen los escritos de Raab hoy? ¿Qué nos dicen acerca de nuestro tiempo? Más allá de la nostalgia de preciosismo y  precisión con que escribe, traza en el lector vectores de tiempo no lineales sino circulares. Sus crónicas van desde la pintura de la Revolución de los Claveles en Portugal hasta el casino de Mar del Plata. Del teatro de Ibsen al cine de Favio. De Porcelandia a Roa Bastos o Borges. No nos priva del estremecedor relato de la Plaza de Mayo dónde se escuchó: “No queremos carnaval, asamblea popular”. Enrique Raab nos aleja con su escritura de las mentirosas líneas de tiempo para pensar los movimientos sociales como un entramado de símbolos en disputa. Las imágenes que decide rescatar de Plaza de Mayo tanto en su crónica de octubre del 73 como en las de mayo del 74 y junio del 75 son un  ejemplo de esa lucha simbólica y política.
Cada crónica de Raab es un guiño del tiempo a su pluma. Una pluma que baila al compás de la cultura de los años 70. Como los granos de arena de un reloj,  sus crónicas se van acumulando en la montaña de la historia que hoy se intenta reconstruir sin tanta honestidad como la que él profesaba.
Ana Basualdo escribe un prólogo abierto a las voces de quienes conocieron a Raab, emulando cierto tono del cine documental.  Su curaduría es circular también. El libro está divido temática y no cronológicamente: Portugal, Mar del Plata, Punta del Este, Plaza de Mayo, Posadas, Ciudad y cultura, Tres escenas porteñas, Libros, Cine, Teatro, Televisión, Tita Merello, Manuel Mujica Lainez y Bertrand Russell, son los capítulos.
Hay que agregar algo que, infiero, le sorprendería a Raab. Sus crónicas respetan intelectualmente al lector. Nunca permite que uno  de sus escritos no sea profundo. En la crónica titulada El Gran Porcel, perteneciente al capítulo Televisión, busca (como una aguja en un pajar) una idea o reflexión de Porcel acerca de su éxito, y encuentra, como él lo llama, un chispazo nada más. No pudiendo permitir que su crónica caiga en el mismo nivel del pensamiento del cómico, se hace de Breton para explicarlo y concluye con una reflexión acerca de la sociedad.

Enrique Raab nació en Viena. Llegó con su familia a la Argentina a los 6 años, huyendo de Hitler. Entre los que entienden de esto su nombre es sinónimo de la máxima lucidez periodística de las décadas de los 60 y 70. Sus restos no están ni acá ni en Austria ni en ningún lado. Raab está desaparecido. Su tiempo no, porque como buen cómplice nos devuelve estas crónicas para pensarnos hoy. Más que festejar este día, podríamos celebrar que Enrique Raab escribió y que hoy podemos leerlo.

Gabriela Borrelli Azara

miércoles, 30 de octubre de 2013

Fotos de la marcha








                                                                                                                   Nadia Murad

"3 acciones por un peso"



                                                                                      Gentileza Chiqui Ledesma

Desde unas cuadras antes del Congreso de la Nación, la ciudad era el mismo caos de siempre, o peor. Los automovilistas se puteaban desmesuradamente como cada día, e intentaban doblar todos a la vez para evitar la manifestación que ya se agolpaba frente a la cúpula. Los micros naranjas vomitaban jóvenes que cantaban y seguramente habían viajado desde el conurbano ataviados con remeras de las agrupaciones políticas a las que pertenecen y cargando banderas que, al bajar, montaban sobre cañas lo más altas posibles para darles mayor visibilidad. El humo que despedían los puestos de choripán dibujaba caprichosas siluetas fantasmales sobre el atardecer que ya caía sobre el edificio del Congreso, que parecía iluminado especialmente para la ocasión.

Los puestos Nac & Pop vendían –como pan caliente– pines, remeras y hasta almohandoncitos de dudosa utilidad con la cara de todos los íconos peronistas desde 1945 hasta ahora. Néstor Kirchner, Eva Perón y la misma Cristina flameaban convertidos en objetos del merchandising buscavida de cada marcha.

Pocas horas antes, los medios anunciaban que la Corte Suprema de Justicia había declarado la constitucionalidad de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual tras 4 años de su aprobación en el Congreso.  Por eso, los carteles artesanales ya se alzaban sobre las cabezas de sus portadores: “Vendo acciones de Clarín, 3 por 1 peso”, “Clarín LTA te metimos Paka Paka”, “Néstor vive”, “Fuerza Cristina”. La militancia se agolpaba junto al escenario ubicado frente a la entrada principal del Congreso o intentaba a pasar, a fuerza de pechazos, por entre los sueltos que siempre están un poco en babia. La charla preferida de los sueltos  era recurrente: los alcances a la ley, la posible letra chica que deje un espacio al Grupo Clarín para hacer una trampa y el rédito político del fallo; entre otros sesudos análisis. La monada de las organizaciones populares, por su parte, le metía voz y cuerpo a los cantitos e intentaba flirtear con otros y otras cumpas.

La voz de la locutora oficial cortó el murmullo reinante como un rayo, pero esta vez no iba a presentar a la Presidenta sino a Palo Pandolfo. El cantautor empezó a emitir un extraño y débil aullido que me hizo reprocharle íntimamente al supremo: “¿Por qué te llevaste a Pappo?”.  Más tarde fue el turno de Teresa Parodi y antes de que volviera a cuestionar  la temprana partida del Carpo, un militante de Nuevo Encuentro de traje y corbata se quejó:

–Tantos años de reclamar, la pobre Teresa no tiene ni una sola canción de festejo.

Luego fue el turno de personalidades del modesto calibre de Andrea del Boca que, con un sonido poco audible, dieron sus opiniones sobre la Ley. Minutos después, Martín Sabbatella, notablemente menos nervioso que en la audiencia en la que se enfrentó a Clarín –y seguramente más aliviado– se convirtió en el orador principal.

Por fin, los parlantes emitieron los primeros sones del Himno Nacional y las voces de los sueltos y los militantes con aguante se unieron en el “oh oh oh oh” que corea el interludio instrumental de la canción patria. Ahí se unificó la masa en un canto tan sabido como emocionante, casi como si lo cantara el mismísimo Norberto Napolitano.


Mariana Fossati

El Fin de la Ley de Medios


                                                                        Gentileza Chiqui Ledesma

La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (más conocida como “Ley de Medios) fue aprobada por el Congreso en 2009. El Grupo Clarín interpuso una medida cautelar y logró frenarla parcialmente desde entonces hasta el 29 de octubre, cuando la Corte Suprema de Justicia la declaró constitucional. Clarín objeta que la ley no se aplicó igualmente con otros grupos de medios y que, por lo tanto, no hay un parámetro sobre como opera la división de las licencias. ¿De qué no quiere desprenderse el Grupo Clarín?  Voy a la fuente. En su versión web, Clarín dice que los cuatro artículos cuestionados (41, 45, 48 y 161), por los cuales inició el proceso judicial, afectaban su libertad de expresión. En realidad, estos artículos regulan las transferencias de licencias y los plazos de aplicación de la Ley de Medios.
Para entender un poco más busco videos de Jorge Lanata del 2009. (Youtube: Lanata  ley de medios). Lanata explica que “tal empresa es dueña de tal” y así, mirando como relaciona una empresa con la otra, descubro que el Grupo Clarín tiene parte o totalidad de una enorme cantidad de medios de comunicación. Esto se llama “monopolio”. Lanata explica que TN, el canal de noticias de cable del Grupo no va a desaparecer por la Ley de Medios, como éste anuncia (anunciaba en 2009). La palabra “desaparecer” molesta al periodista, porque Lanata dice que mientras desaparecía gente por culpa de la dictadura que habilitó la Ley de Medios que estuvo vigente hasta 2009, el Grupo Clarín no sólo no decía nada, sino que se quedaba con Papel Prensa. En este video también me anoticio que el Grupo podría tener 24 señales, pero sólo una por localidad, es decir: debería sumar 23 señales con contenidos locales en las provincias del interior, o sea, trabajo a nivel nacional y descentralizado. Jorge Lanata (modelo 2009): volvé.
Luis D´Elia, a través de su cuenta de Twitter, convoca a una celebración frente al Congreso. Pronto empiezan a convocar también otros dirigentes y sectores del oficialismo. Allá voy. La gente de SATSAID (Sindicato argentino de televisión) cuelga banderas de los postes de la plaza. Federico, un técnico de DirecTv, me explica que ahora que Clarín tiene que deshacerse de las licencias que monopoliza, otras empresas podrán adquirirlas, y que así hablá más pluralismo ideológico. “¿No hay riesgo de despidos?”, le pregunto. “No, en diciembre se firmó una clausula que evita eso”. A medida que aparecen los manifestantes aparecen los vendedores de patys, prendedores y pines. Alicia vende 8 imanes a $10, me cuenta que va con su bolso a todas las marchas, que “se vende todo”. Después de hablar con 6-7-8, la cincuentona Marina habla conmigo. Es ama de casa: cuando se enteró de la noticia se largó a llorar, se ató la bandera a la espalda y se vino a la plaza. Sabrina anda por los veintipico y está disfrazada de urna. En su lomo tiene escrito “Yo no la voté, la puse en mi corazón” Con su papá vienen desde Avellaneda. Él me dice: “Esto es una inyección. Estábamos muy bajoneados con lo del domingo” (esas elecciones donde según Clarín el oficialismo fue derrotado, aunque en los números reales y nacionales, no parece haber sido así)
Una nena va en los hombros del padre con un cartel que dice “CLARIN LA TENES ADENTRO, TE PUSIMOS PAKA PAKA”, por ahí otro dice: “Acciones de Clarín 3x$1”;  hay gente que canta eso de que son “los soldados de Perón, del proyecto nacional y popular y que “Nestor no se fue”
Adentro de una confitería intercepto al ex canciller y legislador electo por la Caba Jorge Taiana para saber qué opina acerca del anuncio del Grupo Clarín de que apelaría ante tribunales internacionales. “Tienen derecho a hacer lo que crean oportuno, pero es muy claro que la Ley es constitucional y garantiza más voces y más democracia”, opina
La Plaza de los dos Congresos está llena. Hay banderas, festejos, cánticos, pirotecnia y claro, más patys. El palco se vuelve de músicos: Palo Pandolfo, Lito Vitale, Teresa Parodi.  El discurso de cierre queda a cargo del titular de Afsca (Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisuales), Martín Sabbatella: “en esta Argentina no se decide más en la oficina de un CEO de ninguna corporación”

La última frase que escucho en la Plaza es de Miguel Vidal, de Farco (Foro Argentino de Radios Comunitarias) Una periodista le dice: “Esperamos 4 años para que se apruebe esta ley” y él le responde: “Para que se apruebe esta ley, en democracia, esperamos 30 años”.

Lucas Gutiérrez

lunes, 28 de octubre de 2013

La crónica de un desencuentro: Sonia Budassi en busca de Carlos Tevez (o de cómo se las puede arreglar una escritora aplastada contra las vallas)





A través de un pulso sostenido en procura de usar solo las palabras justas Apache, de Sonia Budassi, traza la crónica de un desencuentro. La autora, en las antípodas de la biografía autorizada, nos acerca a la vida de Carlos Tevez a través de sus costados laterales: su lugar preferido del autobús, un viaje errático y secreto por la ciudad de Salto, sus botines blancos en medio de una práctica en la que el resto de futbolistas entrena con botines negros.

En medio de esa búsqueda por mostrar a un Tevez allende el cliché del futbolista-salido-de-la-Villa, la cronista elige un camino espinoso: acceder al futbolista por fuera de los circuitos periodísticos preestablecidos (léase conferencias de prensa, entrevistas patrocinadas, etc.). La apuesta es grande pero también la única posible: si se espera del futbolista respuestas no convencionales hay que llegar a él por vías no convencionales. Pero entonces, claro está, Budassi se estrella contra un cúmulo de evasivas. A saber: ninguneos del representante, colegas trepadores y las negativas del propio Tevez.  Sin embargo, ese panorama, que bien podría haber desalentado a algún cronista despistado, se convierte en el combustible del libro de Budassi. La autora, en efecto, hace de ese mundo repleto de códigos y sobreentendidos el sustrato de su investigación y convierte al Tevez acosado por la prensa y siempre en fuga de los micrófonos en el protagonista de su texto.

Acaso por esa razón, Apache se construye mediante escenas fragmentadas; voces que casi nunca son las del propio jugador, sino que por el contrario pertenecen las más de las veces a quienes lo rodean: sus amigos, los periodistas que le persiguen, su impresentable manager y algunos excompañeros del futbolista. El resultado es un texto polifónico que da a Tevez la palabra únicamente en momentos estratégicos aunque nunca para confirmar o negar categóricamente nada (un poco como si la cronista partiera de la convicción de que cada quien es en cierto sentido el conjunto de las versiones que sobre él existen).
                                       
Por ello, este libro es también un homenaje, en la medida en que muestra que allende los perversos engranajes del mundo publicitario, la mafia dirigencial y la abulia en la que el marketing pretende enterrar al fútbol, aún existen jugadores que hacen de su oficio un arte de ardorosa belleza. Pero de paso, Budassi también muestra que otro tanto es posible en el universo del periodismo deportivo, donde a pesar de la competencia, del machismo y la pregunta fácil, aún es factible hablar de un jugador como “un león desaforado, que vence la ley de gravedad, (…) dandy posmoderno [que] con los brazos en jarra, en medio de la cancha, con la pelota detenida, y aunque esté cansado, parece el dueño de la esquina que espera guapo a ver si alguien lo viene a increpar”.


Camilo Retana

El eco de la sangre

     


   El día que zarpa el vapor Wesser (ese que en  miniatura y con los mismos colores, puede verse hoy en el Museo Judío de Buenos Aires como un Mayflower de otras longitudes) un hombre viaja solo desde el puerto de Bremen con destino a estos cielos, un hombre grande pero no tanto; gordo, pero fornido; pobre, pero culto: David Lander. Carga un par de baúles, en contraste con el multitudinario equipaje de las 136 familias de judíos rusos que escapan de los pogromos zaristas tras el asesinato de Alejandro II (asesinato que le endilgan a los judíos, pero ¿son 136 las familias que viajan, o 104, u 88, o algo así como 129-130?), gente contratada para trabajar el campo en esta nueva y lejana nación. Parece que es un viaje tormentoso y para colmo, por cuestiones administrativas, las familias israelitas quedan tres días varadas en el puerto de Buenos Aires hasta que pueden bajar del barco. El 17 de agosto de 1889 pues, entre tantos ojos confundidos, David Lander pisa suelo argentino y observa el derredor con extrañada esperanza. Más tarde, en septiembre ya, luego de haber pasado frío en una precaria estación de tren santafesina y tras dormir en tiendas de campaña, el hambre común carcome las tripas y hay que salir a buscar galletn gambeteando al tifus e intentando seguir hacia el frente. Un gaucho se apiada de aquellas miradas doloridas; el gaucho les da galletn a los judíos y a cambio pide aquella muchacha de belleza inusual en estas pampas. El gaucho, que no intenta darse a entender, toma del brazo a la muchacha y la carga en la montura a la fuerza. Los hambrientos no comprenderán el idioma pero sí la afrenta: al instante rodean al gaucho y se arma la polvareda. El puñal, diestro, hace fintas en el aire y se hiende en el pecho del que está más cerca, de uno que recula azorado frente al mar de su propia sangre. El gaucho escapa pero la marea de indignados lo baja a golpes del caballo hasta hacerle musitar el sollozo. El judío herido, solo entre los suyos, es David Lander. David Lander, pues, es el primer judío muerto violentamente en estas tierras.
     Pero un momento: cosamos la herida de David Lander. Cuando Javier Sinay (autor de Los crímenes de Moisés Ville, una historia de gauchos y judíos) llega al cementerio de Moisés Ville para investigar unos crímenes producidos durante 1889 y 1906 en los alrededores de aquella colonia modelo, la tumba de David Lander no existe. Tampoco su nombre está registrado entre los recién llegados. ¿Existió David Lander? ¿Cómo fue el crimen de María Aliksenitzer o Alexenicer, la atravesó la flecha del malón o la destriparon luego de un acto inconfesable? ¿Y quiénes asesinaron bestialmente al almacenero Waisman y a su familia, incluido el bebé de días? Hay demasiadas lagunas en tierra seca y demasiada gente vieja que ya no recuerda los hechos. Hay un pueblo que fue pujante y hoy se resigna al paso lento del tiempo. Hay una asociación filantrópica cuyos integrantes se cuentan con los dedos de la mano. Hay un Barón que se queda sin dinero. Hay también, después, lejos del pueblo, un atentado que borra los detalles de la historia. Hay una lengua que se resiste a morir. Hay un periódico litografiado del que se perdieron ejemplares de sus tres números, Der Viderkol  (El eco), ese mismo que observa la virulencia con que la Jewish Company Association trata a los colonos, y que es el primer periódico judío en la Argentina. Hay un artículo de 1947 que hace el recuento de la sangre derramada, Las primeras víctimas judías en Moisés Ville, escrito en idish, hipérbole posible de otros crímenes. Hay un periodista que une todas esas puntas y que permite al cronista de hoy asomarse al abismo de una obra en (re) construcción: Mijl Hacohen Sinay, el bisabuelo desconocido del autor. Y hay en este libro un montaje maravilloso entre lo imposible del pasado y la vida cotidiana del presente, y una abuela Mañe que los domingos aún sirve el gefilte fish con zanahorias y ensaladas de todos los colores.


Carlos Diviesti 

La lapicera como ametralladora


“Viví en el monstruo y le conozco las entrañas.
Y mi honda es la de David”
José Martí, mayo de 1895

“Existen dos Cubas” dice Ricardo Jorge Masetti, el único periodista argentino que cubrió in situ la guerra de guerrillas comandada por Fidel Castro desde la Sierra Maestra durante los meses previos al derrocamiento de Fulgencio Batista y la toma del poder por parte de los revolucionarios cubanos.
El periodista y escritor -guerrillero después- enviado por Radio El Mundo para saber qué está pasando con esos locos barbudos que tiran tiros en la selva desembarca en la isla como enviado especial.  La Habana, obligada parada inicial, es la misma que puede verse en las escenas de El Padrino II: un paraíso caribeño celosamente custodiado por soldados que resguardan la fiesta del despilfarro de unos pocos cubanos y unos muchos gringos. Falsa identidad, falsa ocupación y falsas explicaciones para que Masetti pueda abrirse paso de puntillas hacia el oriente, desde donde se pondrá en contacto con integrantes del Movimiento 26 de julio que adentrarán al periodista en la sierra y en la realidad de los que no brindan con champagne en fastuosos cabarets.
Protagonista y espectador de un combate cruel entre un régimen despótico y cipayo y un pueblo ignorado y desposeído, Masetti atraviesa el interior cubano de la mano de guajiros, escopeteros y soldados rebeldes para lograr los reportajes al Che y Fidel que le piden desde Buenos Aires. Sin descuidar una prosa excelente y un oficio inspirador, el periodista se hace cada vez más militante de una causa que cree indispensable y necesaria.  Cada bala del ejército batistiano que atraviesa los bohíos contribuye a la convicción cada vez más fuerte de querer ser uno de “los que luchan” y no uno de “los que lloran”.
Cumple con su deber profesional consiguiendo los reportajes (emitidos en directo desde la radio rebelde instalada en la Sierra Maestra) y su tarea está cumplida: radioaficionados y emisoras de México y Venezuela habían asegurado la retransmisión a Buenos Aires. Vuelve a La Habana para retornar a la capital argentina, pero el material no había llegado.
De nuevo a la sierra,  ya no es el mismo Masetti. Y las largas caminatas ya no cansan tanto y la malanga ya no sabe tan feo y los guajiros y combatientes ya  no son desconocidos sino amigos entrañables. Se reencuentra con Guevara, con Fidel pero no con el joven Carlos Bastidas, joven periodista ecuatoriano, asesinado. Ni con Guillermito, que se suicidó luego de vaciar un cargador sobre las tropas oficiales de Sánchez Mosqueda. Ni con el turco Nassim, que había perdido a su hijo a manos de la metralla.
Por si el relato preciso y estremecedor de la cuba batistiana no alcanzara a que el lector comprendiera la situación, Masetti desgrana con detalle académico los distintos componentes del régimen pre revolucionario: las bandas de gángsters y tahúres que reinan La Habana, los titubeos clericales a la hora de pronunciarse sobre la lucha y los antecedentes de Castro, Guevara y el Movimiento 26 de julio.
Existen dos Masettis: el que viajó en busca de explicaciones que ayudaran a entender el proceso cubano y el que volvió haciendo propia la lucha contra la injusticia.

 Patricio Torres Díaz




viernes, 25 de octubre de 2013

Los que luchan son los que sueñan



Jorge José Ricardo Masetti Blanco consiguió su apodo de Comandante Segundo mientras escribía sus crónicas de la revolución cubana, Los que luchan y los que lloran. Trabajaba en Radio El Mundo cuando viajó a entrevistar a los rebeldes. Según explicita en la crónica, “quería conocer de cerca al Movimiento 26 de julio, a los que aspiraban a darle el golpe a Batista”, pero ¿qué estaba haciendo realmente ahí Masetti? Esta pregunta es la que le hace continuamente el pueblo cubano, y  se mantiene constante, como enigma policial, a lo largo de la crónica.
La situación se veía acandelada para cuando llegó a Santiago. De un lado, salsa, ron y traje blanco. Del otro: azucareros sin aleluyas, con barbas libertarias, con el delito de ser joven en esa Cuba batistiana y de haber soñado el sueño latinoamericano. Además no era fácil llegar de la Argentina sin revuelo, la ce-hache levantaba miradas. Iba a conocer nada menos a la gente por la que Batista hubiera pagado miles de dólares: Fidel Castro, el Che Guevara, Camilo Cienfuegos y a decenas de revolucionarios. Como el carnet de periodista no le iba a servir para llegar al Contramaestre, tuvo que convencer al del consulado que quería bailar guaracha, que se iba a la Havana con v corta.  
El periodista cruzó la Sierra y aprendió a conducir mulas suicidas en barrancos arcillosos, a apretar un palo con la boca para no gemir de dolor si le disparaban. Para peor, faltaban armas, el pueblo cubano sólo tenía escopetas viejas, cartuchos de cartón reciclados rellenos de plomo, remaches y tornillos cortados y hacían granadas con latitas.
Cuba tenía un alto grado de desocupación, de pobreza y de inseguridad laboral. Un alto grado de quinielas y lotería, de casinos organizados por el gobierno, cuyas comisiones cobraba la policía. Los campesinos, los guajiros, eran analfabetos antes de la gesta guerrillera. No había hospitales; se comía galletas, pero no había pan. El pueblo realmente se empoderó con la marcha de la revolución. Los campesinos se unieron a los rebeldes para no perder las conquistas logradas.
Por todo este contexto es que Masetti afirma que se arrepentía de usar la birome y no la ametralladora, pero lo que no plantea es que, en realidad, estaba usando la lapicera como ametralladora. En plena guerrilla y clandestinidad, fue dos veces a la Sierra hasta que finalmente consiguió difundir de manera masiva las entrevistas que le hizo al Che y a Fidel a todo Cuba y polinizó la revolución como nadie había podido, en un contexto de un debilitamiento de las fuerzas guerrilleras. Luego del triunfo de la revolución, continuaría esta misión con la creación de Prensa Latina, la agencia de noticias local y contrahegemónica por antonomasia, donde escribieron grandes referentes de la literatura y el periodismo como Gabriel García Márquez, Juan Carlos Onetti, Rogelio García Lupo y Rodolfo Walsh, entre muchos otros. Luego Masetti fundaría el Ejército Guerrillero del Pueblo, intentaría llevar la revolución a la Argentina y se internaría silenciosamente, para desaparecer el 21 de abril de 1964 en Orán, Salta, en lo más profundo de esa selva que, si uno presta atención en un mapa físico, empieza en la yunga tucumano-salteña argentina y termina con su verdor en la península de Yucatán mexicana.
Los que luchan y los que lloran trata sobre la belleza. Una belleza que no es estética, ni estetizada, porque su tono no es prestado, ni impuesto. A este periodista se le mete la experiencia por la piel y la palabra le queda empeñada para el resto de la partida. Masetti narra la experiencia revolucionaria con imágenes grandes y chiquitas de su mutación en revolucionario, del contagio del agite político. Un agite tranquilo y confiado, pero durísimo. Con la fortaleza de los que se afirman con la pluma o la metralleta, de los que saben y supieron cómo acoplar la marcha con los otros en el momento exacto, con la palabra justa.   


Libertad Fructuoso

miércoles, 23 de octubre de 2013

La vida de los muertos y la muerte de los vivos



Entre 1997 y 1999 en la localidad patagónica de Las Heras hubo doce suicidios. Ni el hospital, ni la municipalidad, ni el registro civil llevaron cuenta de esto. Leila Guerriero viajó hasta el sur para descubrir el porqué. Llegó y no vio la pintada que dice “Las Heras, pueblo fantasma”, ese aviso de que la primer muerte fue la del lugar a manos de la privatización de YPF. Desde el principio del libro la cronista dirá que llegó con un puñado de nombres de los que no sabía -y todavía no sabe- nada.

El suicidio de Sandra Mónica Banegas no fue el primero, pero si fue el que alertó a la población. Nadie en el pueblo quiso pensar que la desocupación, la falta de contención social, la falta de expectativas laborales y de estudio podían ser la causa. Los habitantes prefirieron decir que ella era “rara”. Las uñas de negro, la cara blanco tiza, la música de rock y un tiro en la garganta con una carabina 22  hicieron nacer una leyenda urbana: Mónica Banegas había dejado una lista con los próximos suicidios. La lista nunca apareció.

En Las Heras, el viento golpea puertas, clausura ventanas, trae polvo, pero la gente del lugar lo ignora, se acostumbró. Leila Guerriero se va refugiar del viento en las casas y escuchará allí las historias de los que no se suicidaron. Se encontrará varias veces con lo mismo: madres jóvenes, padrastros golpeadores, suicidados que mueren antes de empezar a vivir, la sensación de ser nadie y no tener salida. Es un día como cualquiera hasta que alguien se mata. Pero en Las Heras “un día como cualquiera” está cargado de angustias, desgano, borracheras, peleas y avisos de “me voy a matar”. Pero al igual que con el viento, es algo a lo que también se acostumbraron.
Algunos familiares de los suicidas se aferraron a la religión. Habrá frases como “El Señor a nosotros nos consuela”. Habrá  Testigos de Jehová que digan que pasado el Armagedon Dios va a devolver a todos los seres queridos que tenemos en la muerte. Para ese momento, Perla tiene la ropa y la cama de su hijo Juan listas. Otros armaron grupos de ayuda y algunos prefirieron el hermetismo, no volver a hablar de lo que los medios porteños nunca habían hablado. Dios e YPF tampoco hablaron de los suicidios.

Entre los vivos sin suicidados que solo padecen la muerte de Las Heras están:  Naty, que empezó a estudiar medicina, vivió en Beirut, Manhattan y México y ahora maneja un puterío; Jorge, propietario de la peluquería Glamour y marica orgullosa que reniega de los trolos tapados del lugar; El rulo, dueño de la radio local, que viajó a Buenos Aires a estudiar para DJ  y quedó en tan buena relación con Cattáneo que llamó Hernán  a su propio hijo; Martina, que a los 18 años fue voluntaria de la Línea 500, una ayuda telefónica al desesperado en general. Para ellos y para el resto de los que sobreviven al viento y el desempleo en 2001 llegaron tres representantes del Plan de jóvenes negociadores. Estos capacitaron a 50 docentes, que a su vez capacitaron a 300 alumnos, en técnicas para resolver conflictos sin violencia (sobre otros y sobre uno mismo). Silvia Dowdal, una de las coordinadoras pedagógicas del plan cuenta que los más jóvenes admitieron el miedo a suicidarse. Las causas: “no hay nada para hacer, no hay futuro, no hay esperanza”.


Leila Guerriero volvió a Buenos Aires y los suicidios siguieron. Los diarios del norte (porque todo lo que está por encima de Las Heras para ellos es “el norte”), recién se aprendieron este nombre en 2002 cuando un grupo de desocupados de Repsol-YPF amenazó con volar dos tanques de crudo. De los suicidios, nada. Del cementerio indio, la secta, la violencia, la angustia, el alcoholismo, la lista de Mónica Banegas, de todas esas posibles causas de las muertes recién nos vamos a enterar por este libro. ¿Cuál de todas es la correcta? la cronista no lo dice, ¿debería? No sé. No sé ni porqué se suicidaron, pero después de leer tampoco sé porqué los vivos siguen viviendo ahí, en Las Heras.   

Lucas Gutiérrez

domingo, 20 de octubre de 2013

Dónde se cortó el hilo en Malvinas

   

    ¿Por qué se pierde una guerra?¿Cómo habría resultado si hubiesen cambiado uno o más eventos históricos reales? Las elucubraciones de este tipo, conocidas como “what if” en inglés y “ucronías” en castellano, en general nos llevan irremediablemente en un viaje a las circunstancias de un suceso histórico. Nos vuelven más “enterados”, menos ingenuos y nos conducen a nuevas preguntas. Malvinas, la primera línea, de Juan Ayala indaga en los errores de la dictadura militar en la tarea que se supone debió ser su especialidad, la guerra, y lo hace dándole la voz central a aquellos a los que se le ha negado históricamente: los conscriptos ex-combatientes.
     En su misión centenaria de homogeneización de los individuos, el Servicio Militar Obligatorio no atendió a sutilezas como las aptitudes reales de los conscriptos para soportar la tortura que implicaba la llamada instrucción militar. Aquellos incapaces de adaptarse sufrieron más, la muerte de conscriptos o las secuelas graves fueron el costo más trágico, pero quién más quien menos, todos quedaron marcados, en nombre de un deber cívico real o fantaseado.
    Frente al enemigo, la oficialidad de rango medio se encontró con una situación inédita, inconcebible: el triunfo militar dependía de esos conscriptos a los que habían entrenado bien para una sola cosa: obedecer. No es de extrañar que sargentos y capitanes huyeran del campo de batalla. La alta oficialidad entretanto no tenía plan alguno, su intentona de recuperar las islas sin ir a la guerra había fracasado y no tenían plan B. Pero los conscriptos sobre los montes de Malvinas tuvieron una actitud diferente, que ilustra el testimonio del conscripto Sergio Peca Delgado:
“Yo mismo pensé mil veces en rajar pero no lo hice porque estaba mentalizado en que iba a volver […] Hubo pibes que enloquecieron. Se entregaron al frío, se abandonaron [...]”. La gran mayoría permaneció en sus puestos. A otros la conducción militar los había dejado incapacitados para imaginar un destino distinto a la muerte. Ese entrenamiento siguió activado en sus mentes durante muchos años más después de la guerra.
      Aquellos que robaron ovejas de los kelpers para comer y se refugiaron en la camaradería pudieron resistir mejor. Con armas viejas y balas defectuosas abrieron fuego. Con poco entrenamiento se enfrentaron a la infantería profesional de las reales fuerzas armadas británicas. Aún sin información de inteligencia igualmente acertaron a infligir bajas considerables que le permitieron al comandante inglés Julian Thompson titular su propia crónica No picnic (“No fue un picnic”). No lo fue para los soldados ingleses, pero los testimonios de un grupo del Regimiento 7 de Infantería Mecanizada nos muestran que para esa primera línea argentina fue poco menos que una representación de un cuadro de El Bosco.
      Quizás resulte increíble el hecho de que la Argentina reunía las fuerzas necesarias para hacer fracasar la reconquista inglesa. Hay muchos what if en el libro pero los resumo en dos que contienen a los otros. El resultado podría haber sido distinto de haberse aplicado:

1)      Un comando conjunto de las FF.AA capaz de coordinar las acciones de Ejército, Marina y Fuerza Aérea.
2)      Un buen aprovisionamiento de las tropas en el frente.

    Estos razonamientos contrafácticos tienen siempre un impedimento, exponen un argumento racional dejando de lado las condiciones que causaron los resultados que se verifican. Las FF.AA no podían concebir un comando unificado porque no se habían planteado en ningún momento vencer a las Fuerzas Armadas inglesas. Esto a su vez hubiese requerido de un cambio total de los objetivos políticos y el alineamiento internacional del gobierno militar. 
      El aprovisionamiento de los conscriptos no podía tampoco ser un tema de debate. La institución militar era y en gran medida sigue siendo, una organización de castas donde los soldados son los parias. La contradicción está en que, para la consecución de la victoria militar, estos marginales debían identificarse con los objetivos de las otras castas y comportarse como héroes guerreros. Si bien muchos así lo hicieron, el hecho de que la oficialidad los hubiese considerado como parte integrante de la institución habría implicado socavar los fundamentos por  los cuales la autoridad era mantenida. Como en toda institución atrofiada, mantener el principio de autoridad es imprescindible para evitar la desintegración.
      Mal que nos pese, todo indica que las FF.AA argentinas fueron terriblemente exitosas en sus objetivos a través de una política consecuente, verbigracia, la desarticulación de la izquierda argentina y el mantenimiento de la influencia de las FF.AA en la política nacional por al menos un decenio después de su condena social.

     La tragedia se completa de vuelta en el mundo de los civiles. Concentrados en los regimientos, los conscriptos impugnan a sus superiores, desconocen la autoridad de éstos, pero a su vez la sociedad desconoce a sus conscriptos, los condena a pedir limosna en los trenes, presencia indiferente o fatalista cómo se suceden los suicidios de los que sobrevivieron al fuego, el frío y la desnutrición. De esta manera, la experiencia que traen consigo no es aceptada como propia por la sociedad. No adquiere estado público, no es un dato de la realidad para medios y políticos y esa ignorancia condena a repetir los mismos errores. La única manera de “ganar” la guerra de Malvinas sería sacar conclusiones de la locura y plantear los cambios necesarios. Reducir al mínimo las Fuerzas Armadas como se ha hecho no implica que éstas estén saneadas: la función represiva persiste a través de otras instituciones y la clase baja sigue pagando con muertos las contradicciones del Estado. ¿Qué hubiese pasado si hubiésemos escuchado antes lo que los conscriptos tenían para decir?¿Qué fue lo que hizo imposible ese encuentro a tiempo?

        Tomás Amans

La experiencia Baigorria: Sobre Sánchez




Sánchez es difícil. Por lo menos así lo afirma unos de los pocos libreros  que sabe de libros en Buenos Aires. Muy difícil, insiste. Ofrece entonces, ante su sentencia, libros para acercarse a la obra de Néstor Sánchez. Primero el que ha publicado el hijo de Sánchez, Claudio, Ojo de Rapiña. Una serie de textos inéditos sobre la experiencia de la escritura. Y después se le ilumina la cara: Sobre Sánchez es extraordinario. Un libro hermoso. Yo lo conozco a Baigorria. Es una maravilla lo que hizo.
Es tan buen librero que él mismo da las claves de una lectura posible. Comenta que el libro tiene una serie de notas al pie y recomienda con firmeza leerlas, no al final sino en continuidad con la lectura vertebral. También Baigorria da las mismas claves al inicio de su libro. Dos recomendaciones similares no pueden evitarse. Iniciar la lectura simultánea que se plantea es una verdadera desautomatización de nuestras lecturas corrientes. Se puede elegir, claro. Se puede también leer de corrido las primeras setenta y seis páginas y luego las siguientes ( que constituyen las notas al pie) hasta la ciento sesenta y cuatro. Automáticos como leemos todo. O se puede escuchar a escritor y librero e ir de adelante para atrás y así sucesivamente probando la resistencia del lomo para mantener unidas las páginas. Un lomo que quedará con rayitas finitas, casi tajeado. 
Podrá ponerse en duda lo de difícil, pero no por cierto la incomodidad  que causa Sánchez con sus libros y con su vida. Seis novelas inclasificables, la mitad de la vida como vagabundo o clochard ( por mi barrio es casi lo mismo) siguiendo las enseñanzas del Trabajo de Gurdjieff, místico que planteaba la desautomatización de nuestro inconsciente para acceder a otros estados (nada es casual) y luego el regreso al país, enfermo, para terminar sus días en Villa Pueyrredón. No quiso ser del boom latinoamericano, no quiso los honores, cuando no tuvo más para escribir no escribió más. Una literatura de experiencias, decía, y eso mismo es lo que hace Baigorria: una biografía imposible, un libro de experiencias. Arrimarse a la vida de Sánchez desde el prisma de la propia. Una herramienta real para una existencia que no se deja ver fácilmente y una literatura cocinada al fuego de la improvisación jazzística y la profundidad mística. Baigorria no opone, comparte con Sánchez. Su investigación lo inclina a su propia vida como instrumento y objeto a la vez.  Cuando en la vida de Sánchez aparece la filosofía de Gurdjieff, Baigorria mira ese suceso a través de su propio encuentro con la obra del filósofo. Trabajaba como sembrador de árboles cerca de Alaska y un fanático de Gurdjieff llegó hasta quemarse los pies para convencerlo. Cuando Sánchez, fantasea con un triángulo amoroso (en la vida y en la literatura) Baigorria expone sus experiencias de amor libre y pareja abierta. Se une a Sánchez con su propia historia, igual que aquel que en un bar ante la anécdota del otro, comparte la suya en el gesto amistoso de identificarse o emparentarse. Ese es el gesto literario y crítico del libro: emparentarse. Biógrafo y biografiado parientes de experiencias.
Si a Néstor Sánchez hay que leerlo, no te lo pueden explicar, así también hay que vivirlo con la propia vida para escribir sobre él. Sánchez es experiencia. Eso demuestra Baigorria. Y así quiso ponerle primero al libro: The Néstor Sánchez experience. Luego intentaría con La condición de la experiencia para, al fin, identificarse en este juego infinito y humano con el libro de Sergio Chejfec  Sobre Gianuzzi.

Néstor Sánchez y Osvaldo Baigorria compartieron Estados Unidos, el mismo país por unos años. Sin saberse. Sin la menor idea uno del otro. Los dos intentando, buscando la vida. Podrían haberse encontrado. Lo hicieron en este libro. La literatura experimentó el encuentro: el libro de Baigorria sobre Sánchez. 

Gabriela Borrelli Azara

jueves, 17 de octubre de 2013

Lo que no está

   
     Qué es la muerte.
     Ensayo de respuesta: un reloj de pulsera detenido pasadas las diez y media, una lapicera fuente, el carnet del Deportivo Progreso de Chillán, estampitas de un bautismo, un par de anteojos, llaves oxidadas, el talón del último cheque librado en la chequera, viejos billetes en la billetera de cuero color café, la ropa dominguera reseca, volatilizada, los zapatos vistiendo sus huesos tendidos al sol y los cuencos de los ojos observando la plenitud del cielo.
    Eso más que a un muerto nos recuerda a alguien que ha vivido. Corporiza el inventario de ciertas costumbres o necesidades, la cantidad justa de elementos para impulsar y sostener la carne en el cuerpo, la sonrisa dispuesta frente a la inconmensurable eternidad, si es que un esqueleto sonríe. La muerte, de acuerdo al recuento de aquellos objetos, parece algo sereno al final del recorrido, algo sin ese dramatismo atávico al que la palabra muerte nos tiene acostumbrados.
    Qué es la muerte, entonces.
     Tal vez, como alguien dijo, la muerte es un asunto solitario. Julio Riquelme Ramírez, chileno, vecino de Chillán, 58 años, que bebía dos litros de vino tinto por día (medio durante el almuerzo, uno y medio al volver del banco), tomó el tren Longitudinal del Norte en La Calera el jueves 2 de febrero de 1956, debiendo haber llegado a Iquique el domingo 5 a las 12.05. Allí lo esperaba uno de sus hijos, lo esperaban para el bautismo de su nieto, el hijo de su hijo. Riquelme no llegó en el Longino de ese día, y nunca más llegó a ese destino. Nunca más es mucho tiempo quizás porque nunca más, de tan puntual, detiene el tiempo para siempre, aunque tarde o temprano las cosas terminan por acomodarse y toman las formas incómodas que el azar elija.
    ¿La muerte es el azar?
    Julio Riquelme Ramírez tenía fama de mujeriego pero también de buena persona, aunque no tuviera la mejor relación con sus hijos y eso le creara culpa. Esto es una especulación, pero Riquelme iría a Iquique a encontrarse con sus hijos (y quizás con la madre de ellos), y la culpa por haberlos abandonado, a lo mejor, comenzó a crecer en un viaje tan largo. Algunos compañeros circunstanciales dijeron que Riquelme se bajó en Los Vientos y que allí se le perdió el rastro, cuestión que se corrobora cuando en el vagón solamente le alcanzan al hijo los restos de provisiones que llevaba en una cesta. Dicen los que saben que la cabeza de la gente se aturde o se vuela cuando entrás al desierto, cuando el alma se te llena de pampa y la voluntad se transforma en polvo.
    Quién deja, en el baño del aeropuerto de Cerro Moreno, lo poco que encontró de Riquelme y las coordenadas para hallar el esqueleto en el desierto, es un misterio.
    La muerte es un misterio.
    El misterio de la muerte fecunda la gestación de las preguntas. El que encontró el esqueleto, ¿fue la única persona en pasar por allí en más de cuatro décadas? ¿Por qué fue el único? ¿Fue uno solo? ¿Por qué Riquelme no siguió la línea del tren y en cambio se internó en el desierto, él si absolutamente solo? ¿Por qué caminó treinta kilómetros desde la estación Los Vientos hasta que la vida lo detuvo? ¿Por qué Ernesto, el hijo de Riquelme, es mayor que su padre? ¿Por qué, desde el encuentro con su padre, Ernesto necesita conservar cada uno de sus objetos si ya se había olvidado de él? ¿Por qué Francisco Mouat, el autor de El empampado Riquelme, se obsesiona con el hallazgo del esqueleto? ¿Por qué Mouat más que recordar los juegos con su padre recuerda que iban a comprar parafina en invierno para abastacer las estufas Comet? ¿Y por qué le escribe a su padre en el libro Algún día, papá, uno de nosotros dos se quedará solo en este mundo, sin el otro, si en todo caso al momento de escribir el libro su padre estaba vivo?
     La duda sin respuesta es peor que la muerte.
      Luego, pues, una tesis personal sin demostración precisa: la muerte es lo que no está, aquello que hasta se olvidó del olvido.
    Quién te dice sea eso, algo tan simple. Y quizás como Mouat uno escribe sobre lo que no está para encontrarlo, o recuperarlo o evitar que se lo lleve el viento, como el zapato derecho de Riquelme que sujetó el ala del sombrero durante cuarenta y tres años.

                                                                                                                                                             Carlos Diviesti


lunes, 14 de octubre de 2013

¡Bogotá no es realismo mágico!



     Convengamos: toda ciudad es, al menos, dos ciudades. Claro que dentro de esas dos ciudades caben muchas otras, y dentro de esas otras más, y así sucesivamente. Pero en principio, convengamos en que toda ciudad es, al menos, dos ciudades. Está la ciudad imaginada, la de los panfletos turísticos, la de los alcaldes y de los índices que llenan los informes de los organismos internacionales. Pero también está la ciudad de a pie: la ciudad tal y como se vive todos los días en las esquinas, en el barrio, en los buses y en los bares.

    Una ciudad como San José de Costa Rica –de la cual proviene quien escribe– es, por ejemplo, un lugar paradisíaco solo en la TV. En San José, de hecho, llueve 9 meses al año y hay pobreza y xenofobia y muchísima basura. Pero también hay cantinuchas entrañables en las que es posible comer ceviches radiactivos o desayunos con carne o pollo a las 8 de la mañana y pagar por esos prodigios escasos cinco o seis dólares. Otro tanto ocurre con Buenos Aires: está la Buenos Aires de Mirtha Legrand como también está La Salada; hay una Buenos Aires que es la de Marcelo Tinelli y la de Mauricio Macri, pero también hay una Buenos Aires del Mercado Central, del tren, de Once.

    Eso que pasa en Buenos Aires y San José pasa también en Bogotá. Mostrar el costado oculto de esa Bogotá pensada para seducir al viajero de business class es el objetivo de Fernando Quiroz. En su compilación de crónicas titulada precisamente Bogotá, Quiroz hace la radiografía de su ciudad, pero le deja el diagnóstico de esa radiografía al lector. Su intención no es dar cuenta de Bogotá, en el sentido de explicar porqué dicha ciudad es cómo es. Lo suyo es más bien ofrecer la imagen de Bogotá tal y como es vivida desde adentro.

    Quiroz no deja de mostrarnos, en cada uno de los retratos que realiza –pues ciertamente cada una de sus crónicas es la postal de alguien, un fresco de lo que sufren las personas y por qué no también los animales en su ciudad–, el modo en que a través de extraños sortilegios los bogotanos logran reírse y vivir a pesar de sus tragedias. Gualdrón, por ejemplo, orina y caga en unas sondas que no puede cambiar con la frecuencia prescrita por los médicos, pero al final del día vuelve a la callejuela donde pernocta con La Pescada y fuma lo poco que puede comprar con las monedas que obtiene de la limosna. Arnulfo sufre en el silencio en la Unidad de Salud Mental de la Cárcel Modelo de Bogotá por haber apuñalado a los verdugos de sus padres, pero obsequia al cronista una de las pocas posesiones que le quedan. En medio de rituales mortuorios estas crónicas también encuentran la vida: falsos curas que organizan misas para sepelios a la carta, o el trabajo de quienes se las arreglan para entregar a los vivos las cenizas de sus muertos, aparecen acá envestidos con cierto halo vital. Cualquiera que haya estado en Bogotá sabe que estas imágenes no son para nada exageradas: Colombia es un país que tiene 65 años de seguir bailando a pesar de sus muertos.

     El más reciente eslogan del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo reza que Colombia es realismo mágico (¡vaya usted a decirle eso al Gualdrón o a La Pescada, a Arnulfo o al resto de bogotanos que aparecen en estas crónicas!). Pero si ese eslogan encuentra literaria la belleza sublimada del paisaje, Quiroz nos muestra que la literatura está, por el contrario, allí donde la mirada ingenua no alcanza a llegar. Es decir, en todos esos lugares que no aparecen en los mapas, ni las guías turísticas.
                                                                                                                                       Camilo Retana

Primeros trabajos

Además de la bibliografía específica que se utiliza durante cada Anticlase, los antialumnos tienen que leer dos libros cada uno y escribir sobre lo que leyeron. El ejercicio consiste en formular una hipótesis acerca del libro leído y demostrarla. Así arrancan. Continuará...