“Viví en el monstruo y le conozco las entrañas.
Y mi honda es la de
David”
José Martí, mayo de 1895
“Existen dos Cubas” dice Ricardo Jorge Masetti, el único periodista
argentino que cubrió in situ la
guerra de guerrillas comandada por Fidel Castro desde la Sierra Maestra durante
los meses previos al derrocamiento de Fulgencio Batista y la toma del poder por
parte de los revolucionarios cubanos.
El periodista y escritor -guerrillero después- enviado por Radio El Mundo
para saber qué está pasando con esos locos barbudos que tiran tiros en la selva
desembarca en la isla como enviado especial. La Habana, obligada parada inicial, es la
misma que puede verse en las escenas de El
Padrino II: un paraíso caribeño celosamente custodiado por soldados que
resguardan la fiesta del despilfarro de unos pocos cubanos y unos muchos
gringos. Falsa identidad, falsa ocupación y falsas explicaciones para que
Masetti pueda abrirse paso de puntillas hacia el oriente, desde donde se pondrá
en contacto con integrantes del Movimiento 26 de julio que adentrarán al
periodista en la sierra y en la realidad de los que no brindan con champagne en
fastuosos cabarets.
Protagonista y espectador de un combate cruel entre un régimen despótico y
cipayo y un pueblo ignorado y desposeído, Masetti atraviesa el interior cubano
de la mano de guajiros, escopeteros y soldados rebeldes para lograr los
reportajes al Che y Fidel que le piden desde Buenos Aires. Sin descuidar una
prosa excelente y un oficio inspirador, el periodista se hace cada vez más
militante de una causa que cree indispensable y necesaria. Cada bala del ejército batistiano que
atraviesa los bohíos contribuye a la convicción cada vez más fuerte de querer
ser uno de “los que luchan” y no uno de “los que lloran”.
Cumple con su deber profesional consiguiendo los reportajes (emitidos en
directo desde la radio rebelde instalada en la Sierra Maestra) y su tarea está
cumplida: radioaficionados y emisoras de México y Venezuela habían asegurado la
retransmisión a Buenos Aires. Vuelve a La Habana para retornar a la capital
argentina, pero el material no había llegado.
De nuevo a la sierra, ya no es el mismo Masetti. Y las largas
caminatas ya no cansan tanto y la malanga ya no sabe tan feo y los guajiros y
combatientes ya no son desconocidos sino
amigos entrañables. Se reencuentra con Guevara, con Fidel pero no con el joven
Carlos Bastidas, joven periodista ecuatoriano, asesinado. Ni con Guillermito,
que se suicidó luego de vaciar un cargador sobre las tropas oficiales de
Sánchez Mosqueda. Ni con el turco Nassim, que había perdido a su hijo a manos
de la metralla.
Por si el relato preciso y estremecedor de la cuba batistiana no alcanzara
a que el lector comprendiera la situación, Masetti desgrana con detalle
académico los distintos componentes del régimen pre revolucionario: las bandas
de gángsters y tahúres que reinan La Habana, los titubeos clericales a la hora
de pronunciarse sobre la lucha y los antecedentes de Castro, Guevara y el
Movimiento 26 de julio.
Existen dos Masettis: el que
viajó en busca de explicaciones que ayudaran a entender el proceso cubano y el
que volvió haciendo propia la lucha contra la injusticia.
Patricio Torres Díaz
El empate de las dos Cuba y los dos Masetti es impecable. Si buscase un ejemplo de cronista, de ese concepto de vivir la historia, gracias al texto de Patricio Torres Díaz, me inclinaría mucho por Masetti. Tiembla Hunter Thompson en mi panteón personal.
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