miércoles, 23 de octubre de 2013

La vida de los muertos y la muerte de los vivos



Entre 1997 y 1999 en la localidad patagónica de Las Heras hubo doce suicidios. Ni el hospital, ni la municipalidad, ni el registro civil llevaron cuenta de esto. Leila Guerriero viajó hasta el sur para descubrir el porqué. Llegó y no vio la pintada que dice “Las Heras, pueblo fantasma”, ese aviso de que la primer muerte fue la del lugar a manos de la privatización de YPF. Desde el principio del libro la cronista dirá que llegó con un puñado de nombres de los que no sabía -y todavía no sabe- nada.

El suicidio de Sandra Mónica Banegas no fue el primero, pero si fue el que alertó a la población. Nadie en el pueblo quiso pensar que la desocupación, la falta de contención social, la falta de expectativas laborales y de estudio podían ser la causa. Los habitantes prefirieron decir que ella era “rara”. Las uñas de negro, la cara blanco tiza, la música de rock y un tiro en la garganta con una carabina 22  hicieron nacer una leyenda urbana: Mónica Banegas había dejado una lista con los próximos suicidios. La lista nunca apareció.

En Las Heras, el viento golpea puertas, clausura ventanas, trae polvo, pero la gente del lugar lo ignora, se acostumbró. Leila Guerriero se va refugiar del viento en las casas y escuchará allí las historias de los que no se suicidaron. Se encontrará varias veces con lo mismo: madres jóvenes, padrastros golpeadores, suicidados que mueren antes de empezar a vivir, la sensación de ser nadie y no tener salida. Es un día como cualquiera hasta que alguien se mata. Pero en Las Heras “un día como cualquiera” está cargado de angustias, desgano, borracheras, peleas y avisos de “me voy a matar”. Pero al igual que con el viento, es algo a lo que también se acostumbraron.
Algunos familiares de los suicidas se aferraron a la religión. Habrá frases como “El Señor a nosotros nos consuela”. Habrá  Testigos de Jehová que digan que pasado el Armagedon Dios va a devolver a todos los seres queridos que tenemos en la muerte. Para ese momento, Perla tiene la ropa y la cama de su hijo Juan listas. Otros armaron grupos de ayuda y algunos prefirieron el hermetismo, no volver a hablar de lo que los medios porteños nunca habían hablado. Dios e YPF tampoco hablaron de los suicidios.

Entre los vivos sin suicidados que solo padecen la muerte de Las Heras están:  Naty, que empezó a estudiar medicina, vivió en Beirut, Manhattan y México y ahora maneja un puterío; Jorge, propietario de la peluquería Glamour y marica orgullosa que reniega de los trolos tapados del lugar; El rulo, dueño de la radio local, que viajó a Buenos Aires a estudiar para DJ  y quedó en tan buena relación con Cattáneo que llamó Hernán  a su propio hijo; Martina, que a los 18 años fue voluntaria de la Línea 500, una ayuda telefónica al desesperado en general. Para ellos y para el resto de los que sobreviven al viento y el desempleo en 2001 llegaron tres representantes del Plan de jóvenes negociadores. Estos capacitaron a 50 docentes, que a su vez capacitaron a 300 alumnos, en técnicas para resolver conflictos sin violencia (sobre otros y sobre uno mismo). Silvia Dowdal, una de las coordinadoras pedagógicas del plan cuenta que los más jóvenes admitieron el miedo a suicidarse. Las causas: “no hay nada para hacer, no hay futuro, no hay esperanza”.


Leila Guerriero volvió a Buenos Aires y los suicidios siguieron. Los diarios del norte (porque todo lo que está por encima de Las Heras para ellos es “el norte”), recién se aprendieron este nombre en 2002 cuando un grupo de desocupados de Repsol-YPF amenazó con volar dos tanques de crudo. De los suicidios, nada. Del cementerio indio, la secta, la violencia, la angustia, el alcoholismo, la lista de Mónica Banegas, de todas esas posibles causas de las muertes recién nos vamos a enterar por este libro. ¿Cuál de todas es la correcta? la cronista no lo dice, ¿debería? No sé. No sé ni porqué se suicidaron, pero después de leer tampoco sé porqué los vivos siguen viviendo ahí, en Las Heras.   

Lucas Gutiérrez

2 comentarios:

  1. Invita a la duda desde una complicidad con el lector, no es un enunciado
    hermético de denuncia solamente. Dan ganas de leerlo.

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  2. Me encantó el final. La crónica maneja el mismo equilibrio del libro. Acercar la mirada al contexto, no en forma de justificación o explicación sino de ampliación de pensamiento. Me gusto mucho la crónica y el libro.

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