Entre 1997 y 1999 en la
localidad patagónica de Las Heras hubo doce suicidios. Ni el hospital, ni la
municipalidad, ni el registro civil llevaron cuenta de esto. Leila Guerriero
viajó hasta el sur para descubrir el porqué. Llegó y no vio la pintada que dice
“Las Heras, pueblo fantasma”, ese aviso de que la primer muerte fue la del
lugar a manos de la privatización de YPF. Desde el principio del libro la
cronista dirá que llegó con un puñado de nombres de los que no sabía -y todavía
no sabe- nada.
El suicidio de Sandra Mónica
Banegas no fue el primero, pero si fue el que alertó a la población. Nadie en
el pueblo quiso pensar que la desocupación, la falta de contención social, la
falta de expectativas laborales y de estudio podían ser la causa. Los
habitantes prefirieron decir que ella era “rara”. Las uñas de negro, la cara
blanco tiza, la música de rock y un tiro en la garganta con una carabina
22 hicieron nacer una leyenda urbana:
Mónica Banegas había dejado una lista con los próximos suicidios. La lista
nunca apareció.
En Las Heras, el viento golpea
puertas, clausura ventanas, trae polvo, pero la gente del lugar lo ignora, se
acostumbró. Leila Guerriero se va refugiar del viento en las casas y escuchará
allí las historias de los que no se suicidaron. Se encontrará varias veces con
lo mismo: madres jóvenes, padrastros golpeadores, suicidados que mueren antes
de empezar a vivir, la sensación de ser nadie y no tener salida. Es un día como
cualquiera hasta que alguien se mata. Pero en Las Heras “un día como
cualquiera” está cargado de angustias, desgano, borracheras, peleas y avisos de
“me voy a matar”. Pero al igual que con el viento, es algo a lo que también se
acostumbraron.
Algunos familiares de los
suicidas se aferraron a la religión. Habrá frases como “El Señor a nosotros nos
consuela”. Habrá Testigos de Jehová que
digan que pasado el Armagedon Dios va a devolver a todos los seres queridos que
tenemos en la muerte. Para ese momento, Perla tiene la ropa y la cama de su
hijo Juan listas. Otros armaron grupos de ayuda y algunos prefirieron el
hermetismo, no volver a hablar de lo que los medios porteños nunca habían
hablado. Dios e YPF tampoco hablaron de los suicidios.
Entre los vivos sin suicidados
que solo padecen la muerte de Las Heras están:
Naty, que empezó a estudiar medicina, vivió en Beirut, Manhattan y
México y ahora maneja un puterío; Jorge, propietario de la peluquería Glamour y
marica orgullosa que reniega de los trolos tapados del lugar; El rulo, dueño de
la radio local, que viajó a Buenos Aires a estudiar para DJ y quedó en tan buena relación con Cattáneo que
llamó Hernán a su propio hijo; Martina,
que a los 18 años fue voluntaria de la Línea 500, una ayuda telefónica al
desesperado en general. Para ellos y para el resto de los que sobreviven al
viento y el desempleo en 2001 llegaron tres representantes del Plan de jóvenes
negociadores. Estos capacitaron a 50 docentes, que a su vez capacitaron a 300
alumnos, en técnicas para resolver conflictos sin violencia (sobre otros y
sobre uno mismo). Silvia Dowdal, una de las coordinadoras pedagógicas del plan
cuenta que los más jóvenes admitieron el miedo a suicidarse. Las causas: “no
hay nada para hacer, no hay futuro, no hay esperanza”.
Leila Guerriero volvió a Buenos
Aires y los suicidios siguieron. Los diarios del norte (porque todo lo que está
por encima de Las Heras para ellos es “el norte”), recién se aprendieron este
nombre en 2002 cuando un grupo de desocupados de Repsol-YPF amenazó con volar dos
tanques de crudo. De los suicidios, nada. Del cementerio indio, la secta, la
violencia, la angustia, el alcoholismo, la lista de Mónica Banegas, de todas
esas posibles causas de las muertes recién nos vamos a enterar por este libro.
¿Cuál de todas es la correcta? la cronista no lo dice, ¿debería? No sé. No sé
ni porqué se suicidaron, pero después de leer tampoco sé porqué los vivos
siguen viviendo ahí, en Las Heras.
Lucas Gutiérrez
Lucas Gutiérrez
Invita a la duda desde una complicidad con el lector, no es un enunciado
ResponderEliminarhermético de denuncia solamente. Dan ganas de leerlo.
Me encantó el final. La crónica maneja el mismo equilibrio del libro. Acercar la mirada al contexto, no en forma de justificación o explicación sino de ampliación de pensamiento. Me gusto mucho la crónica y el libro.
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