Convengamos: toda ciudad es, al menos, dos ciudades.
Claro que dentro de esas dos ciudades caben muchas otras, y dentro de esas
otras más, y así sucesivamente. Pero en principio, convengamos en que toda
ciudad es, al menos, dos ciudades. Está la ciudad imaginada, la de los
panfletos turísticos, la de los alcaldes y de los índices que llenan los
informes de los organismos internacionales. Pero también está la ciudad de a
pie: la ciudad tal y como se vive todos los días en las esquinas, en el barrio,
en los buses y en los bares.
Una ciudad como San José de Costa Rica –de la cual
proviene quien escribe– es, por ejemplo, un lugar paradisíaco solo en la TV. En
San José, de hecho, llueve 9 meses al año y hay pobreza y xenofobia y muchísima
basura. Pero también hay cantinuchas entrañables en las que es posible comer
ceviches radiactivos o desayunos con carne o pollo a las 8 de la mañana y pagar
por esos prodigios escasos cinco o seis dólares. Otro tanto ocurre con Buenos
Aires: está la Buenos Aires de Mirtha Legrand como también está La Salada; hay
una Buenos Aires que es la de Marcelo Tinelli y la de Mauricio Macri, pero
también hay una Buenos Aires del Mercado Central, del tren, de Once.
Eso que pasa en Buenos Aires y San José pasa también en
Bogotá. Mostrar el costado oculto de esa Bogotá pensada para seducir al viajero
de business class es el objetivo de Fernando Quiroz. En su compilación
de crónicas titulada precisamente Bogotá, Quiroz hace la radiografía de
su ciudad, pero le deja el diagnóstico de esa radiografía al lector. Su
intención no es dar cuenta de Bogotá, en el sentido de explicar porqué dicha
ciudad es cómo es. Lo suyo es más bien ofrecer la imagen de Bogotá tal y como
es vivida desde adentro.
Quiroz no deja de mostrarnos, en cada uno de los retratos
que realiza –pues ciertamente cada una de sus crónicas es la postal de alguien,
un fresco de lo que sufren las personas y por qué no también los animales en su
ciudad–, el modo en que a través de extraños sortilegios los bogotanos logran
reírse y vivir a pesar de sus tragedias. Gualdrón, por ejemplo, orina y caga en
unas sondas que no puede cambiar con la frecuencia prescrita por los médicos,
pero al final del día vuelve a la callejuela donde pernocta con La Pescada y fuma
lo poco que puede comprar con las monedas que obtiene de la limosna. Arnulfo
sufre en el silencio en la Unidad de Salud Mental de la Cárcel Modelo de Bogotá
por haber apuñalado a los verdugos de sus padres, pero obsequia al cronista una
de las pocas posesiones que le quedan. En medio de rituales mortuorios estas
crónicas también encuentran la vida: falsos curas que organizan misas para
sepelios a la carta, o el trabajo de quienes se las arreglan para entregar a
los vivos las cenizas de sus muertos, aparecen acá envestidos con cierto halo
vital. Cualquiera que haya estado en Bogotá sabe que estas imágenes no son para
nada exageradas: Colombia es un país que tiene 65 años de seguir bailando a
pesar de sus muertos.
El más reciente eslogan del Ministerio de Industria,
Comercio y Turismo reza que Colombia es realismo mágico (¡vaya usted a decirle
eso al Gualdrón o a La Pescada, a Arnulfo o al resto de bogotanos que aparecen
en estas crónicas!). Pero si ese eslogan encuentra literaria la belleza
sublimada del paisaje, Quiroz nos muestra que la literatura está, por el
contrario, allí donde la mirada ingenua no alcanza a llegar. Es decir, en todos
esos lugares que no aparecen en los mapas, ni las guías turísticas.
Camilo Retana
Camilo Retana
Felicitaciones Camilo, me parece una reseña interesante y apasionada, escrita con una gran habilidad. Me deja con la intriga del tema del realismo mágico y como juega en oposición con una mirada desengañada. Un tema polémico que da para profundizar.
ResponderEliminarCreo que ya no hay más realismo mágico al menos como ese del boom de la literatura latinoamericana, Camilo. Sí hay buena literatura en tu texto, y en el de Quiróz también. Me gustaría conocer tu mirada sobre las crónicas "Tardes de Leonel" y "Tarde de perro", después las charlaremos. ¡Abrazo!
ResponderEliminarMe parecio percibir que haces una distincion entre literaria y literartura , lo pense , y me encanto, como la etiqueta frente al contenido , espero habero entendido bien. Si sirve como elogio: disfrute leyendola.
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