martes, 12 de noviembre de 2013

Las alternativas de Pablo Ferreyra


“Estoy afuera”. Recibido: 11:04:06, 7-11-13. Dejo de buscar entre las mesas del bar de Aníbal Troilo 901 y encuentro a Pablo Ferreyra con una alborotada mata de pelo negro dentro de remera gris topo y saco gris perla, sentado de frente a la avenida Corrientes, leyendo Historias de perros, entrevistas a militantes del PRT-ERP. El legislador electo por Alternativa Popular (acompañando las candidaturas nacionales del Frente Para la Victoria) para el período 2013-2017, que reconoce haber estado muy cagado mientras esperaba los resultados de la elección, se pregunta retóricamente y en voz alta qué fue lo que le paso a Humberto Tumini (ex guerrillero del Ejército Revolucionario del Pueblo, actualmente integrante del Frente Amplio Progresista). Pablo Ferreyra no termina de enterarse que a partir del 10 de diciembre asumirá como parlamentario de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
La represión del 20 de diciembre de 2001 alcanzó a Ferreyra en una de las columnas que, partiendo de Congreso, intentaban llegar a la Plaza de Mayo. Creía en la revolución y una era nueva. La línea del Partido Obrero y su activa militancia lo habían convencido de que aquel era el momento tantas veces esperado y tantas veces estudiado: la toma del poder (yo no le creería nada al Pablo del 2001, admite). Tenía 22 años y cuando no militaba cursaba dirección de fotografía en la Escuela de Arte Fotográfico de Avellaneda, aunque nunca se recibió. Comenzó a dudar de la utopía revolucionaria cuando divisó la brecha entre los lineamientos del partido y las exigencias de las Asambleas Populares: vos no podés ir a hablarle a Pablo Verdulero sobre la toma del poder por parte de los trabajadores; el tipo está pensando en otra cosa.
¡PI-QUE-TE-ROS, CARAJO! Grita, aunque en voz muy baja, al recordar la manifestación del 26 de junio de 2002. Desde la avenida Mitre, Néstor Pitrola, dirigente del PO con quien tenía buena relación, lo había mandado a reconocer el escenario que deberían enfrentar los piqueteros en Avellaneda –no tenía mucha facha de piquetero–: efectivos de prefectura, gendarmería, policías federal y bonaerense aguardaban para cumplir la orden de evitar la interrupción del Puente Pueyrredón. Las columnas recibieron las primeras balas de goma y las granadas de gas lacrimógeno que llovían desde arriba del puente. Ferreyra corrió y corrió (sin saber que había un chico como él pero que se llamaba Darío Santillán y que lo baleaban) desandando sus pasos por la avenida Mitre hasta la Escuela de Arte Gráfico de Avellaneda, donde cursaba, pero le negaron refugio. Llegó a la Plaza Alsina (no conocía a Maximiliano Kosteki, fusilado por la policía) y avisó a mamá Beatriz preceptora de colegio y a papá Ricardo repositor de Coto que estaba bien.
Comenzó a replantearse sus ideas revolucionarias y al año siguiente le costaba creer que se había emocionado con el discurso de asunción presidencial de un peronista poco conocido; hablaba de soñar ¿Qué?
 Su propio desgaste y una suma de factores que van desde discrepancias intelectuales hasta la imposibilidad de planificar proyectos personales lo llevaron a romper definitivamente con el Partido Obrero en 2004.  Sale Sarandí, entra Villa Crespo y  cambia la soltería por la convivencia con su novia Carolina Dursi, la militancia fervorosa 24x7 por actividades organizadas y planificadas con tiempo –es muy distinto el militante porteño que el del conurbano–.  Trabajó de fotógrafo para las revistas Playboy y El Gourmet.  El discurso de Néstor Kirchner germinó dentro de Ferreyra y lo llevó a lograr una identificación kirchnerista para cuando se produjo el lockout agropecuario de 2008. Mientras el mayor de la familia pasaba del PO al kirchnerismo, el menor de los Ferreyra, Mariano, pasaba de organizar un centro de estudiantes a militar en el mismo espacio que había desencantado a su hermano.
“Todo va a estar bien”, le dice Carolina en la sala de espera del Hospital Argerich, luego de bajar del taxi (vamos volando) que había tomado después de salir corriendo del laboratorio fotográfico de La Lucila a donde lo habían llamado para decirle que a Mariano le habían pegado un tiro en la panza en una emboscada policial cuando se manifestaba contra la tercerización de los trabajadores de los ferrocarriles. Y no iba a estar bien un carajo, pensó Pablo y se enojó con su mujer. Los médicos se pasan la pelota y los hacen deambular por el hospital, intentando comprender qué era lo que había pasado, cómo y por qué. Desconocía la militancia de Mariano con los tercerizados y apenas discutían de política. Tampoco era conciente de la magnitud que representaba el asesinato, su alcance público: Yo no podía creer que estaba escuchando por la radio que habían matado a mi hermano, que se estuviera movilizando tanta gente, creí que sería algo marginal. Y cuando volvimos a casa había una guardia periodística esperándonos. Al día siguiente, Pitrola y otros dirigentes del PO se acercan a manifestar su solidaridad y a discutir cómo sería el velorio, la posibilidad de que Jorge Altamira pronuncie un discurso, y Pablo no quiere saber nada. Y del PO dicen que Mariano era del Partido y Pablo no quiere saber nada. Tres días más y los que se acercan son Lucas Carrasco, Franco Vitali y Santiago “Patucho” Álvarez, quienes le ofrecen una reunión con la presidenta de la Nación a realizarse esa misma semana. Pero la muerte del primer caballero y ex presidente la postergan hasta diciembre.
Entretanto, durante el juicio por el crimen de Mariano Ferreyra, Pablo se reencontraba con los pensamientos que lo habían alejado del partido revolucionario, y dice que desde el PO manejaban la situación con una liviandad vergonzosa. Desde la agrupación trotskista acusaban a Pablo de mostrarse junto a los encubridores del ferroviario José Pedraza, ya que éste formaba parte de la CGT, aliada por entonces al gobierno de Cristina Fernández. Yo me banco la contradicción, respondía él, argumentando –como lo hace ahora que no puede atribuírsele al gobierno la misma responsabilidad que a Pedraza o a Cristian Favale (autor material del crimen).
Mientras relojea la garúa incipiente que baña los adoquines, Ferreyra considera que el próximo presidenciable kirchnerista debe ser un duro; un pingüino y no arriesga nombres.  Mientras mira el celular, explica que él busca construir desde el ala izquierda del movimiento, enfocándose en  el acceso a la vivienda y la seguridad de las personas que viven en el sur de la ciudad (los votos que consiguió allí doblan los obtenidos en el norte porteño). Mientras pide la cuenta redondea los puntos básicos de su campaña y se despide amablemente.

 Patricio Torres Díaz

4 comentarios:

  1. ¡Qué tremendo poder seguir haciendo política después de semejante pérdida!

    ResponderEliminar
  2. Es atrapante la crónica y angustiantes los hechos que contás!

    ResponderEliminar
  3. Me gusta mucho como están narrados los hechos pasados y se encadenan con la charla actual. Y como la crónica, aporta datos que explican el acercamiento de Pablo Ferreyra al kirchnerismo.

    ResponderEliminar
  4. Muy buen laburo Patricio, coincido con Gabriela en lo interesante que es como mezclas el pasado con lo actual.

    ResponderEliminar