“Estoy afuera”. Recibido: 11:04:06, 7-11-13. Dejo de
buscar entre las mesas del bar de Aníbal Troilo 901 y encuentro a Pablo
Ferreyra con una alborotada mata de pelo negro dentro de remera gris topo y
saco gris perla, sentado de frente a la avenida Corrientes, leyendo Historias de perros, entrevistas a
militantes del PRT-ERP. El legislador electo por Alternativa Popular (acompañando
las candidaturas nacionales del Frente Para la Victoria) para el período
2013-2017, que reconoce haber estado muy
cagado mientras esperaba los resultados de la elección, se pregunta
retóricamente y en voz alta qué fue lo que le paso a Humberto Tumini (ex
guerrillero del Ejército Revolucionario del Pueblo, actualmente integrante del
Frente Amplio Progresista). Pablo Ferreyra no termina de enterarse que a partir
del 10 de diciembre asumirá como parlamentario de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.
La represión del 20 de diciembre de 2001 alcanzó a
Ferreyra en una de las columnas que, partiendo de Congreso, intentaban llegar a
la Plaza de Mayo. Creía en la
revolución y una era nueva. La línea del Partido Obrero y su activa militancia
lo habían convencido de que aquel era el momento tantas veces esperado y tantas
veces estudiado: la toma del poder (yo no
le creería nada al Pablo del 2001, admite). Tenía 22 años y cuando no
militaba cursaba dirección de fotografía en la Escuela de Arte Fotográfico de
Avellaneda, aunque nunca se recibió. Comenzó a dudar de la utopía
revolucionaria cuando divisó la brecha entre los lineamientos del partido y las
exigencias de las Asambleas Populares: vos
no podés ir a hablarle a Pablo Verdulero sobre la toma del poder por parte de
los trabajadores; el tipo está pensando en otra cosa.
¡PI-QUE-TE-ROS,
CARAJO! Grita, aunque en voz muy baja,
al recordar la manifestación del 26 de junio de 2002. Desde la avenida Mitre, Néstor
Pitrola, dirigente del PO con quien tenía buena relación, lo había mandado a reconocer
el escenario que deberían enfrentar los piqueteros en Avellaneda –no tenía mucha facha de piquetero–:
efectivos de prefectura, gendarmería, policías federal y bonaerense aguardaban
para cumplir la orden de evitar la interrupción del Puente Pueyrredón. Las
columnas recibieron las primeras balas de goma y las granadas de gas
lacrimógeno que llovían desde arriba del puente. Ferreyra corrió y corrió (sin
saber que había un chico como él pero que se llamaba Darío Santillán y que lo
baleaban) desandando sus pasos por la avenida Mitre hasta la Escuela de Arte
Gráfico de Avellaneda, donde cursaba, pero le negaron refugio. Llegó a la Plaza
Alsina (no conocía a Maximiliano Kosteki, fusilado por la policía) y avisó a
mamá Beatriz preceptora de colegio y a papá Ricardo repositor de Coto que
estaba bien.
Comenzó a replantearse sus ideas revolucionarias y al año
siguiente le costaba creer que se había emocionado con el discurso de asunción
presidencial de un peronista poco conocido; hablaba de soñar ¿Qué?
Su propio desgaste
y una suma de factores que van desde discrepancias intelectuales hasta la
imposibilidad de planificar proyectos personales lo llevaron a romper definitivamente
con el Partido Obrero en 2004. Sale
Sarandí, entra Villa Crespo y cambia la
soltería por la convivencia con su novia Carolina Dursi, la militancia
fervorosa 24x7 por actividades organizadas y planificadas con tiempo –es muy distinto el militante porteño que el
del conurbano–. Trabajó de fotógrafo
para las revistas Playboy y El Gourmet. El discurso de Néstor Kirchner germinó dentro
de Ferreyra y lo llevó a lograr una identificación
kirchnerista para cuando se produjo el lockout agropecuario de 2008. Mientras
el mayor de la familia pasaba del PO al kirchnerismo, el menor de los Ferreyra,
Mariano, pasaba de organizar un centro de estudiantes a militar en el mismo
espacio que había desencantado a su hermano.
“Todo va a estar bien”, le dice Carolina en la sala de
espera del Hospital Argerich, luego de bajar del taxi (vamos volando) que había tomado después de salir corriendo del
laboratorio fotográfico de La Lucila a donde lo habían llamado para decirle que
a Mariano le habían pegado un tiro en la panza en una emboscada policial cuando
se manifestaba contra la tercerización de los trabajadores de los ferrocarriles.
Y no iba a estar bien un carajo, pensó
Pablo y se enojó con su mujer. Los médicos se pasan la pelota y los hacen
deambular por el hospital, intentando comprender qué era lo que había pasado,
cómo y por qué. Desconocía la militancia de Mariano con los tercerizados y
apenas discutían de política. Tampoco era conciente de la magnitud que
representaba el asesinato, su alcance público: Yo no podía creer que estaba escuchando por la radio que habían matado
a mi hermano, que se estuviera movilizando tanta gente, creí que sería algo
marginal. Y cuando volvimos a casa había una guardia periodística esperándonos.
Al día siguiente, Pitrola y otros
dirigentes del PO se acercan a manifestar su solidaridad y a discutir cómo
sería el velorio, la posibilidad de que Jorge Altamira pronuncie un discurso, y
Pablo no quiere saber nada. Y del PO dicen que Mariano era del Partido y Pablo
no quiere saber nada. Tres días más y los que se acercan son Lucas Carrasco,
Franco Vitali y Santiago “Patucho” Álvarez, quienes le ofrecen una reunión con
la presidenta de la Nación a realizarse esa misma semana. Pero la muerte del
primer caballero y ex presidente la postergan hasta diciembre.
Entretanto, durante el juicio por el crimen de Mariano
Ferreyra, Pablo se reencontraba con los pensamientos que lo habían alejado del
partido revolucionario, y dice que desde el PO manejaban la situación con una liviandad vergonzosa. Desde la
agrupación trotskista acusaban a Pablo de mostrarse junto a los encubridores
del ferroviario José Pedraza, ya que éste formaba parte de la CGT, aliada por
entonces al gobierno de Cristina Fernández. Yo
me banco la contradicción, respondía él, argumentando –como lo hace ahora– que no puede atribuírsele al gobierno
la misma responsabilidad que a Pedraza o a Cristian Favale (autor material del
crimen).
Mientras relojea la garúa incipiente que baña los
adoquines, Ferreyra considera que el próximo presidenciable kirchnerista debe
ser un duro; un pingüino y no
arriesga nombres. Mientras mira el celular,
explica que él busca construir desde el ala izquierda del movimiento,
enfocándose en el acceso a la vivienda y
la seguridad de las personas que viven en el sur de la ciudad (los votos que
consiguió allí doblan los obtenidos en el norte porteño). Mientras pide la
cuenta redondea los puntos básicos de su campaña y se despide amablemente.
Patricio Torres Díaz
¡Qué tremendo poder seguir haciendo política después de semejante pérdida!
ResponderEliminarEs atrapante la crónica y angustiantes los hechos que contás!
ResponderEliminarMe gusta mucho como están narrados los hechos pasados y se encadenan con la charla actual. Y como la crónica, aporta datos que explican el acercamiento de Pablo Ferreyra al kirchnerismo.
ResponderEliminarMuy buen laburo Patricio, coincido con Gabriela en lo interesante que es como mezclas el pasado con lo actual.
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