"En una sociedad que nos educa para la vergüenza, el orgullo es una respuesta política”
(Carlos Jáuregui)
Una amiga cuenta una
historia mientras caminamos por Diagonal Norte en dirección a Plaza de Mayo: Cuando yo venía a estas marchas, en los 90,
éramos cuatro gatos locos y la gente nos miraba raro. Íbamos tod@s amuchadit@s
protegiéndonos, a veces con caretas de cartón o con pasamontañas, por el laburo
o si pasaba alguien conocido ¿viste?, no paso mucho tiempo de eso y acá estamos
ahora, haciendo declaraciones en los medios. Mi amiga es una militante por
los derechos LGBTIQ (lesbianas, gays, bisexuales, travestis, intersex y queers)
de hace muchos años. Integró uno de los primeros grupos de lesbianas que participaron
de aquellas incipientes marchas del orgullo gay en Argentina. Y ahora habla de
estas marchas, como la de esta tarde de sábado –que arranca oficialmente en Plaza de los Dos Congresos y desemboca en Plaza de Mayo– de la que soy parte como otros
años, claro que sin tanto presentismo ni compromiso como mi amiga. Encolumnada,
así estoy. Parte de una columna y como columna que soy, sostengo algo ¿pero, qué?
El orgullo. Pero ¿de qué? ¿De coger?,
¿de amar?, ¿de travestirse? ¿de elegir mi identidad de género? ¿de casarme? ¿de
que en mi país exista una educación laica y libre? Orgullo de todo eso ( y tal
vez de más cosas) en esta marcha. Pocos años han pasado, tiene razón mi amiga, y los participantes ya no andan con
pasamontañas ni temiendo por sus laburos. Se saludan, se gritan, se besan.
Andan de la mano como andan todos los días.
Cuando llegamos al
centro de la plaza, el gris del cielo contrasta con las olas de color y brillo
con la que nos topamos por aquí abajo. Mucha lentejuela, tatuaje, morral y
remeras con las más ingeniosas leyendas. Griteríos, empujones cariñosos, tacos
y culos, muchos culos. A los costados de la plaza, las carrozas se van colmando
de gente mientras en el escenario suena una cumbia ruidosa. Muchos caminan
bailando, otros se acercan a los puestos que hay en la plaza dónde se puede
adquirir desde un pin con el arco iris de la inclusión hasta un corte de pelo.
Sí, ahí mismo. Si cada ritual popular
porta consigo una comida que lo caracteriza, podemos decir que aquí son los
panes rellenos acompañados con cerveza. Están, claro está, los abonados a la
plaza de todos, el clásico choripán o pancho. Pero en esta marcha abundan los
hippies con sus canastitos decorados por ellos mismos ofreciendo panes con
queso y cebolla, tartas de verdura o empanadas veganas. La comida no puede
estar lejos de la diversidad imperante.
El viento se comienza a
sentir y también las ganas de movilizarse. Desde las carrozas ubicadas sobre la
calle Hipólito Irigoyen, se empiezan a
escuchar cánticos. Cada uno de los coches cuenta con un disc jockey propio,
cosa que no se festeja, porque las músicas serán diferentes pero los gustos
musicales, lamentablemente, similares. Al lado del Cabildo se juega una batalla
simbólica, que seguramente no existía en las marchas de los años 90 de la que
me habla mi amiga. Se está formando la línea del “frente” que encabezará la marcha. Con una
extensa bandera que dice Marcha del Orgullo Gay Educación sexual, igualitaria, libre
y laica, se acomodan (en el centro) María
Rachid, histórica activista lesbiana, luego responsable del Inadi y actual
legisladora de la ciudad, (a su lado) el diputado porteño por el MST, Alejandro
Bodart, (un poco más alejada) otra histórica militante, pero de la izquierda
argentina, Vilma Ripoll. Detrás de esa primera línea de fuego, comienzan las
banderas de las agrupaciones políticas: Partido Obrero, Las Rojas, La Cámpora
Diversia, y más atrás, las agrupaciones del colectivo LGBTIQ. Una de esas
banderas, no la más llamativa ni la más grande me llama la atención. Es una bandera
pequeña sostenida por unas manos tímidas: Asexuales. Son dos chicas y un varón quienes
están debajo de la bandera y marchan junto a Drags Queens de dos metros y medio
y el culo al aire. Me acerco y les pregunto acerca de su agrupación. Se ve que
están preparad@s para los interrogatorios y me alcanzan un cartón de unos 40 x
40 cm con algunos tips explicativos: Los asexuados no tenemos sexo.- Amamos,
tenemos pareja pero nuestra elección sexual es no tener sexo. Y nada más.
No tenían, tampoco, intención de responder más preguntas. Ante tanto baile
sexy, besos, cuerpos trabajadísimos y hasta alguna teta al aire por ahí, los
asexuados con su pequeña bandera dibujan un color especial. El no tener sexo ya
no es un síntoma de un posible trastorno: es una orientación sexual. Es la
segunda vez que esta agrupación participa en la marcha, pero dicen que este año
es especial porque algunas notas en los medios han despertado el interés y
están creciendo. Ya flamea su bandera con más fuerza.
En su libro Orgullo ,Mabel Bellucci realiza una
extensa biografía de Carlos Jáuregui, primer presidente de la Comunidad
Homosexual Argentina, militante y activista. El libro excede la biografía
personal para dar cuenta de la historia de un movimiento. Cuenta Bellucci que
hacia junio de 1992 por primera vez en el país, una semana del Orgullo Gay reunía
a varias organizaciones que tenían actividades diversas para trabajar en
conjunto. Algunas de estas agrupaciones eran: Gays DC, Convocatoria Lesbiana,
Transdevi, y el Centro de Documentación
de la Sexualidad. Por primera vez estas agrupaciones mancomunaban esfuerzos
para recordar el inicio de la lucha en contra de la discriminación y de la
represión de las minorías sexuales. En el contexto de esas actividades de la
semana del Orgullo, el 3 de julio se congregaron al lado del Cabildo para
comenzar la primera Marcha del Orgullo Lesbiano y Gay que llegó a reunir en
Plaza de Mayo a 300 personas. El diario Clarín
tituló una nota de esta manera: “Gays y
lesbianas piden en una marcha que no se los discrimine”. Y agrega Bellucci que
Carlos Jáuregui dio las primeras consignas con un megáfono: “Sin libertad
sexual no hay libertad política”. A dos décadas de esa marcha, con dos leyes en
vigencia que responden a los reclamos históricos del movimiento gay como son el
casamiento igualitario y la identidad de género, la convocatoria es enorme. De
300 personas en 1992, hoy suman alrededor de 150 mil. Ayer con las caras
tapadas, hoy con anillos y albúm de casamiento.
Una caminata con el
oído despierto a las conversaciones ajenas puede dar cuenta de afirmaciones
como esta: Esto es una mierda, una
verdadera marcha tiene que ser con canas gay, con milicos putos, con curas, son
ellos los que tienen que salir del closet. El pensamiento es claro: ya
conseguimos tanto, que vamos por más. Habría que preguntar cuantos ahí (sobretodo las travestis que son las más
golpeadas por los códigos contravencionales que la policía pone en acción)
marcharían content@s con policías o militares aunque se consideraran gays. Otra
conversación: Antes se levantaba mejor
acá. Está lleno de tortas. Esas palabras me dieron otra idea. La
visibilidad lésbica costó más. Tanto que después de 23 años y de haber cantado
hasta el hartazgo “Soy lo que soy”, Sandra
Mihanovich participa por primera vez de la marcha y cierra el día de
actividades.
El orgullo es un
sentimiento de satisfacción. De celebración de lo que creemos un mérito. Tener
orgullo implica no esconder e incluso, mostrar estima por un
comportamiento. El orgullo gay es la
respuesta al sometimiento de la heteronorma. Cuando ese sometimiento comienza a
resquebrajarse, y la heteronorma empieza
a tener más de hetero que de norma, nuevos caminos deben abrirse y nuevas
preguntas plantearse. La felicidad que se vive en la marcha puede ayudar a
ambas cosas. Un cartel con la foto de la Pepa Gaitán, asesinada por el padre de
su novia en 2011, recuerda en el medio de la fiesta que ese orgullo sigue
siendo necesario.
Gabriela Borrelli Azara
Gran texto, Gabriela, y además escrito con belleza.
ResponderEliminarGracias Carlos!
ResponderEliminarmuy bueno...excelente!!!
ResponderEliminarQue buena crónica, te felicito, el ultimo párrafo es excelente. ,
ResponderEliminarSí, qué texto más bueno! Me encantó!
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