En
algún momento de los últimos años -ella no dice cuándo, pero sí dice dónde: en
la Feria del Libro de Buenos Aires- la periodista y escritora Ana Prieto (Mendoza,
1975) sufrió un ataque de pánico. En ese momento no sabía qué era lo que le estaba
pasando y sintió, como parece ser la norma en este padecimiento, que se estaba
muriendo. No se murió: quedó viva para contarlo y el resultado es este libro.
Pánico. Diez minutos con la muerte es,
dice Prieto, “el intento de narrar lo que durante mucho tiempo se me hizo
inenarrable”. El libro recoge, además del suyo, otros cuatro testimonios que
dan cuenta de algunos de los distintos tipos de desórdenes de pánico que se
conocen y los combina con explicaciones accesibles sobre los aspectos médicos de
este padecimiento: cómo funciona la química cerebral en el momento del ataque, qué
drogas permiten controlar los síntomas, cuáles son las terapias psicológicas disponibles.
Pero todo esto sucede hacia la segunda mitad
del libro. Antes, en un par de capítulos donde abundan las sorpresas, Prieto
hace un recorrido por la mitología y la historia para tratar de comprender algo
que parece nuevo, aunque no lo es. Sólo ha recibido diferentes nombres a lo
largo del tiempo y lo ancho de las culturas. Angustia, melancolía, miedo,
terror. Pánico. Que es -parafraseando a uno de los testimonios médicos - “el
intento por evadir el horror, y al mismo tiempo sentir que no hay salida”.
Entonces
está el miedo, una palabra que se repite a cada paso en el texto. Y la
manifestación exacerbada del miedo, la forma en que el miedo se encarna en el
cuerpo: el pánico. Todo eso podemos buscarlo en el libro, encontrarlo y de
alguna forma tratar de comprenderlo. Lo que no está es lo que está antes del
miedo: el horror. O sea: el miedo por qué.
Esta
ausencia, parece, es deliberada. Dice la autora en la introducción: “Los
porqués (…) se sumen en la profunda y siempre insondable subjetividad de cada
uno. También en su inefable química cerebral. Y se robustecen en un entorno que
alienta cada vez más exigencias y ofrece cada vez menos certezas”. Y confiesa
en una metáfora que remite a un cuento infantil: “Lo cierto es que nunca
voy a saber del todo por qué terminé yo
en casa de la bruja”. Más tarde, sin embargo -con una cita del psiquiatra
Thomas Szasz- nos advertirá: “No hay psicología. Sólo biografía y
autobiografía”.
En
“Pánico” no hallamos biografías, sólo aquellos fragmentos de historias
personales que rodearon el momento del ataque de pánico. El recorrido parece
empezar allí, en el punto donde ocurrió el hecho, pero también donde pudo
empezar a vislumbrarse la solución: hay medicamentos, hay terapias, usted no
está solo en el mundo. Queda para el lector entonces, esta información que
intenta esclarecer y esperanzar. Pero queda también, como en sordina, una
advertencia, que es también una forma del miedo: si no vamos hacia atrás en
esta historia, es muy probable que un día vuelva a aparecer en el camino la
casa de la bruja.
Verónica Rodríguez
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