domingo, 2 de noviembre de 2014

Encontrar el camino hacia la casa de la bruja

              


   En algún momento de los últimos años -ella no dice cuándo, pero sí dice dónde: en la Feria del Libro de Buenos Aires- la periodista y escritora Ana Prieto (Mendoza, 1975) sufrió un ataque de pánico. En ese momento no sabía qué era lo que le estaba pasando y sintió, como parece ser la norma en este padecimiento, que se estaba muriendo. No se murió: quedó viva para contarlo y el resultado es este libro.
                Pánico. Diez minutos con la muerte es, dice Prieto, “el intento de narrar lo que durante mucho tiempo se me hizo inenarrable”. El libro recoge, además del suyo, otros cuatro testimonios que dan cuenta de algunos de los distintos tipos de desórdenes de pánico que se conocen y los combina con explicaciones accesibles sobre los aspectos médicos de este padecimiento: cómo funciona la química cerebral en el momento del ataque, qué drogas permiten controlar los síntomas, cuáles son las terapias psicológicas disponibles.
                 Pero todo esto sucede hacia la segunda mitad del libro. Antes, en un par de capítulos donde abundan las sorpresas, Prieto hace un recorrido por la mitología y la historia para tratar de comprender algo que parece nuevo, aunque no lo es. Sólo ha recibido diferentes nombres a lo largo del tiempo y lo ancho de las culturas. Angustia, melancolía, miedo, terror. Pánico. Que es -parafraseando a uno de los testimonios médicos - “el intento por evadir el horror, y al mismo tiempo sentir que no hay salida”.
                Entonces está el miedo, una palabra que se repite a cada paso en el texto. Y la manifestación exacerbada del miedo, la forma en que el miedo se encarna en el cuerpo: el pánico. Todo eso podemos buscarlo en el libro, encontrarlo y de alguna forma tratar de comprenderlo. Lo que no está es lo que está antes del miedo: el horror. O sea: el miedo por qué.
                Esta ausencia, parece, es deliberada. Dice la autora en la introducción: “Los porqués (…) se sumen en la profunda y siempre insondable subjetividad de cada uno. También en su inefable química cerebral. Y se robustecen en un entorno que alienta cada vez más exigencias y ofrece cada vez menos certezas”. Y confiesa en una metáfora que remite a un cuento infantil: “Lo cierto es que nunca voy  a saber del todo por qué terminé yo en casa de la bruja”. Más tarde, sin embargo -con una cita del psiquiatra Thomas Szasz- nos advertirá: “No hay psicología. Sólo biografía y autobiografía”.  

                En “Pánico” no hallamos biografías, sólo aquellos fragmentos de historias personales que rodearon el momento del ataque de pánico. El recorrido parece empezar allí, en el punto donde ocurrió el hecho, pero también donde pudo empezar a vislumbrarse la solución: hay medicamentos, hay terapias, usted no está solo en el mundo. Queda para el lector entonces, esta información que intenta esclarecer y esperanzar. Pero queda también, como en sordina, una advertencia, que es también una forma del miedo: si no vamos hacia atrás en esta historia, es muy probable que un día vuelva a aparecer en el camino la casa de la bruja. 
                                                                                           Verónica Rodríguez

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