viernes, 21 de noviembre de 2014

Siempre tendré Zamudio


La primera noticia que tengo de Zamudio es que no es una estación de trenes, sino sólo un apeadero. Esa palabra me manda directo a Don Segundo Sombra más o menos; un lugar donde los gauchos se bajan del caballo a mear y a clavarse una ginebra, algo así.
Pero no. Un apeadero, ferroviariamente hablando, es una instalación mínima sin desvíos ni señales, prácticamente un andén y no mucho más que eso. No salen de ni llegan trenes a los apeaderos, sólo pasan por allí.
Zamudio es un punto en el ramal que une Merlo con Lobos, unos 68 km de vías que Trenes Argentinos recorre unas 15 veces al día de lunes a sábados y 12 los domingos.       
El sábado a las 9 de la mañana estoy en Once. El próximo tren sale a las 9:26. Deambulo un poco por ahí antes de subir. Hacía mucho que no entraba a esa estación. Ahora hay carteles electrónicos, está todo limpio y la atención en ventanilla es muy buena. Hasta me imprimen un papel con los horarios. Subo al tren a las 9:22 y cuatro minutos más tarde arranca puntualmente con destino Moreno. Pienso qué lástima que aquí mismo tuvieron que morir 51 personas para que podamos viajar así.
El vagón está impecable, nuevo. La formación se desliza suave y silenciosamente por Caballito, Flores, Floresta. El aire acondicionado es perfecto, los asientos, cómodos. Hay lugar de sobra. Es un día peronista, ¿qué más se puede pedir?
Exultante de orgullo nacional le comento a mi compañera de asiento lo bueno que está el tren, lo cómodo que se viaja, cómo cambió el asunto y la muy turra me dice que sí pero que los trenes anteriores, hechos mierda y todo, eran más rápidos. Le digo que sí, que sobre todo entraban más rápido en las estaciones. Fin de la conversación.
En Liniers sube un ciego que pide limosna, se dirige al público como un sargento del ejército a su tropa. Así, nos cuenta que tiene dos hijos y que con la pensión que le da el Estado no le alcanza para sostener a su familia. Hay una disociación entre lo que dice y cómo lo dice. Parece una performance, algo artístico. Está bien vestido y alimentado. Cuando se baja en Ciudadela toma del hombro a un flaco que estaba con él y se van caminando y riéndose.
Ahí nomás, tres pibitos de no más de 5 años entran solos al vagón. Corren, gritan y se trepan por los caños como monos. Mi compañera de asiento se asusta, dice que van a sacar navajas y nos van a degollar a todos. Me la quedo mirando. Un gendarme, que hasta ese momento no había visto, los reprime amablemente, les dice que se sienten, que es peligroso que anden así, que se queden en el molde. Los chicos lo miran como si no entendieran las palabras y se van corriendo y gritando para el siguiente vagón.
El sistema de sonido anuncia que la próxima parada es Ramos Mejía. En la estación hay pintadas contra el pollo Sobrero. Dicen: a vos te trajo Cirigliano. Ahí sube un vendedor  de mp3 en CDs. Es un dj ferroviario. Dice con voz de locutor: si te gusta el rock no te lo podés perderrrr y dispara desde su equipo, Pretty woman, walking down the street, pretty woman, the kind I like to meet… tiene un bafle cilíndrico en la mano, baja un poco el volumen y dice: está buenísssimo!!!  Y pasa a otro tema: Every breath you take, every move you make… Termina con John Fogerty preguntándose quién parará la lluvia, una supuesta metáfora sobre la guerra de Vietnam.
El tren navega como un transatlántico por Haedo, Morón, Castelar, Ituzaingo… dentro de esa cápsula china estamos protegidos de todos los males del mundo, allí todo es bienestar.
Aparece otro ciego gordo que canta cumbia cristiana acompañado por un guiro, un instrumento cilíndrico de madera con estrías, una especie de rallador que se toca con un palito. La letra habla sobre lo que le dijo David a Saúl, la simiente de Abraham, la tierra de Judah, y cosas por el estilo.
Sólo quedan dos estaciones, San Antonio de Padua y Merlo, donde podré bajar y tomar el ramal Diesel que llega hasta Lobos y bajarme en Zamudio, así de simple.
Pero no, no es tan simple y no va a suceder así. En Merlo me dicen que se están haciendo trabajos en las vías, están recuperando los ramales suburbanos que estaban prácticamente abandonados, que recién se puede subir al tren en Mariano Acosta, la tercera estación después de Merlo y dos antes de Zamudio. Me dicen que el 503 me dejará allí.
Saliendo de Merlo en el 503, la trama urbana empieza a deshilacharse, aparecen manchas de campo cada vez más seguido, algunas casitas, alguna planta industrial, y más campo. Dos pibes a caballo galopan  a 10 metros paralelos al bondi. Atrás hay vacas pastando.
Llegando a Mariano Acosta vuelve a aparecer una zona urbanizada: la Avenida Balbín, que bordea la estación. Allí pregunto a dos empleados del ferrocarril por mi tren a Zamudio, me dicen que no, que hoy ya no va a volver a pasar, que la cuadrilla que está cambiando las vías ya está llegando a Zamudio.
Les manifiesto mi necesidad inclaudicable de llegar allí. Se miran entre ellos con cierta intriga y me dicen que el ferrocarril pone unos micros pero que, misteriosamente, justo en Zamudio no paran. Pero que el 136 que puedo tomar ahí a unos metros me llevará, pero no cualquier 136, ¿eh?... sólo “El navarrero”.
“El navarrero” (lo llaman así porque va hasta Navarro, a 62 km de ahí) pasa 97 minutos después, ni más ni menos. En la parada desde media hora antes de mi llegada está Kevin, un pibe de veinte años con aspecto de wachiturro que cada tanto putea al bondi que no viene, dice: papá ¿cuándo vas a venir? la concha de tu madre. Es el tipo de pibe que asusta a las señoras de mi barrio. Remera rayada, bermudas y altas llantas Nike recién compradas. Fuma mucho, es muy flaco y tiene una pierna tatuada con un tigre. Me dice que el bondi pasar, pasa. Él lo toma todos los días a las 5 y media de la mañana para ir a laburar a una obra en Las Heras. Es albañil, pero hoy no trabaja, sólo va a cobrar. Sonríe.
En medio de esa espera, me cruzo hasta una panadería enfrente y compro unos sanguchitos de miga, le convido a Kevin, me acepta uno y comemos en silencio. Tienen demasiada mayonesa.
Como era previsible, cuando llega, “El navarrero” está hasta el culo. Voy parado hasta mi destino. Al lado mío, un niño que no para de moverse y cada tanto me pisa. Pienso: la puta que te parió Zamudio (con la voz de Federico Luppi). Por suerte, desde unos carteles, Martin Insaurralde nos dice que hay un futuro y que es de todos. Esas palabras me tranquilizan inmediatamente.
Al bajar en Zamudio saludo con la mano a Kevin que había llegado hasta el fondo del bondi, y todavía le quedaba como media hora de viaje. Me saluda sonriente. Cruzo la ruta para llegar a la estación. Hace calor, voy por un camino polvoriento. Tengo sed, la garganta reseca. Un acoplado estacionado al costado del camino tiene un cartel que dice Cunnington corta la sed. Sé que parece un chiste, pero es verdad. Tengo una foto.
Lo único que hay a la vista donde poder obtener algo líquido es el destacamento policial, una casita de tres ambientes con techo de chapa. Hay una camioneta Ford de la bonaerense en la puerta. Está muy baqueteada y llena de polvo, hace mucho que no sale a patrullar, abajo duerme un perro. Trato de abrir la puerta del destacamento pero está cerrada con llave, miro por la ventana y no veo a nadie. El interior está forrado con revestimiento de madera y en la pared del fondo, detrás del mostrador, hay un cuadro de San Martín, ese en el que está medio envuelto en la bandera. Ya me estoy por ir cuando se abre la puerta y sale la agente Nora Veiga con cara de dormida. Es joven y bonita y tiene una ortodoncia. Le pido disculpas por haberla despertado, me dice que no me preocupe, que sólo estaba descansando un poco. Le pido un poco de agua por favor y va a buscarla adentro. Vuelve con una jarra de acero inoxidable llena de agua bien fresca. Me la da y mientras empino el jarro con ansia, me cuenta que está de guardia hasta mañana a la mañana con su compañero y que espera que esta sea una noche tranquila porque ahí la ruta se hace doble mano y a veces, sobre todo los sábados a la noche, suelen pegarse unos palos frontales muy feos. O tragarse los tambores de vialidad que están a los costados de la ruta.
Mientras nada de eso suceda, estarán ahí. Viendo televisión, tomando mate, jugando al chinchón y turnándose para dormir. Ella es de Mercedes y está esperando que le llegue el pase para volverse a su pueblo. Dice que es lindo Mercedes, pero que lo que la afea mucho es el penal, porque los fines de semana se llena el pueblo con los visitantes de los presos y anda cada elemento por ahí…!
La dejo a la agente Veiga y voy para el apeadero que está a unos 100 metros de allí. Camino por las vías. A esa altura, Zamudio se había convertido para mi en un lugar irreal, mítico. Un lugar al que no se llega así nomás. Una especie de El Dorado. Un largo bocinazo de un camión me sacó de esos pensamientos ridículos y allí estaba, materializado frente a mí. 
Zamudio, el apeadero Zamudio, es una garita. Una chapa moldeada doblada al medio que sirve de pared de fondo y alero a la vez. Tres caños sostienen el alero y el fondo está atornillado a un largo banco de madera con patas y a una baranda que excede los límites de la garita. 
El piso, un terraplén de unos 12 metros por 3 y 50 cm de alto, es de una especie de asfalto con pedregullo. Pegados en la chapa hay carteles por las elecciones en la Unión Ferroviaria. Son de la lista 3, La Bordó (la lista del Pollo). Dicen “Ni un paso atrás”. Un poco más allá está el cartel de Zamudio.
Sentado en ese banco de madera, lo que se ve es puro campo. Me quedo un rato largo absorbiendo ese momento, respirando ese aire, escuchando los pájaros. Estando ahí, sin pensamientos. Pocos días antes no sabía que existía Zamudio y ahora ya es parte de mi.
Me digo que voy a volver, que cuando esté terminado el ramal voy a ir a sentarme ahí, en Zamudio, para estar un rato, nada más. Cualquier día, un martes a la tarde por ejemplo. 
                                                      Alejandro de Ilzarbe

1 comentario:

  1. Me gustó mucho cómo hace intervenir a las personas. Primero con su compañera de asiento, después con el chico que está en la parada (le convida santuchitos de miga) y finalmente con la mujer policía a la que le pide un vaso de agua. Creo que mínimas esas intervenciones permiten escuchar nuevas voces de una manera desprejuiciada e inteligente (sobre todo con la mujer policía)
    No me gustaron las apariciones del ciego que pide limosna o el que vende discos, porque son presencias comunes a todas las líneas de tren o subte. No encuentro allí la especificidad.
    Saludos!
    Javier

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