Jorge José Ricardo Masetti Blanco consiguió
su apodo de Comandante Segundo mientras escribía sus crónicas de la revolución
cubana, Los que luchan y los que lloran.
Trabajaba en Radio El Mundo cuando viajó a entrevistar a los rebeldes. Según
explicita en la crónica, “quería
conocer de cerca al Movimiento 26 de julio, a los que aspiraban a darle el
golpe a Batista”, pero ¿qué estaba haciendo realmente ahí Masetti? Esta
pregunta es la que le hace continuamente el pueblo cubano, y se mantiene constante, como enigma policial, a
lo largo de la crónica.
La situación se
veía acandelada para cuando llegó a Santiago. De un lado, salsa, ron y traje blanco. Del
otro: azucareros sin aleluyas, con barbas libertarias, con el delito de ser
joven en esa Cuba batistiana y de haber soñado el sueño latinoamericano. Además
no era fácil llegar de la Argentina sin revuelo, la ce-hache levantaba miradas.
Iba a conocer nada menos a la gente por la que Batista hubiera pagado miles de
dólares: Fidel Castro, el Che Guevara, Camilo Cienfuegos y a decenas de
revolucionarios. Como el carnet de periodista no le iba a servir para llegar al
Contramaestre, tuvo que convencer al del consulado que quería bailar guaracha,
que se iba a la Havana con v corta.
El periodista cruzó la Sierra y aprendió a conducir
mulas suicidas en barrancos arcillosos, a apretar un palo con la boca para no
gemir de dolor si le disparaban. Para peor, faltaban armas, el pueblo cubano sólo
tenía escopetas viejas, cartuchos de cartón reciclados rellenos de plomo,
remaches y tornillos cortados y hacían granadas con latitas.
Cuba tenía un alto grado de desocupación, de pobreza y
de inseguridad laboral. Un alto grado de quinielas y lotería, de casinos
organizados por el gobierno, cuyas comisiones cobraba la policía. Los campesinos,
los guajiros, eran analfabetos antes de la gesta guerrillera. No había hospitales;
se comía galletas, pero no había pan. El pueblo realmente se empoderó con la
marcha de la revolución. Los campesinos se unieron a los rebeldes para no
perder las conquistas logradas.
Por todo este contexto es que Masetti afirma que se arrepentía de usar la birome y no la
ametralladora, pero lo que no plantea es que, en realidad, estaba usando la
lapicera como ametralladora. En plena guerrilla y clandestinidad, fue dos veces
a la Sierra hasta que finalmente consiguió difundir de manera masiva las
entrevistas que le hizo al Che y a Fidel a todo Cuba y polinizó la revolución
como nadie había podido, en un contexto de un debilitamiento de las fuerzas
guerrilleras. Luego del triunfo de la revolución, continuaría esta misión con
la creación de Prensa Latina, la agencia de noticias local y contrahegemónica
por antonomasia, donde escribieron grandes referentes de la literatura y el
periodismo como Gabriel García Márquez, Juan Carlos Onetti, Rogelio García Lupo
y Rodolfo Walsh, entre muchos otros. Luego Masetti fundaría el Ejército
Guerrillero del Pueblo, intentaría llevar la revolución a la Argentina y se
internaría silenciosamente, para desaparecer el 21 de abril de 1964 en Orán,
Salta, en lo más profundo de esa selva que, si uno presta atención en un mapa físico,
empieza en la yunga tucumano-salteña argentina y termina con su verdor en la
península de Yucatán mexicana.
Los que luchan y los que lloran trata sobre la belleza. Una belleza que no
es estética, ni estetizada, porque
su tono no es prestado, ni impuesto. A este periodista se le mete la
experiencia por la piel y la palabra le queda empeñada para el resto de la
partida. Masetti narra la experiencia revolucionaria con imágenes grandes y
chiquitas de su mutación en revolucionario, del contagio del agite político. Un
agite tranquilo y confiado, pero durísimo. Con la fortaleza de los que se
afirman con la pluma o la metralleta, de los que saben y supieron cómo acoplar la
marcha con los otros en el momento exacto, con la palabra justa.
Libertad Fructuoso
me gustó mucho esta crónica. La forma que muestra el contraste de las dos Cubas; la expresión "polinizó la revolución" resume el papel que jugó Masetti. Y el último párrafo me terminó de conquistar. Susy Estévez
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